Columna

Camiseta

El escándalo arbitral del España-Corea no nos permitió asistir al tradicional intercambio de camisetas entre jugadores. Se comprende: los españoles estaban demasiado ocupados insultando, como Poli Rincón en la SER, a la madre del colegiado. Aunque, a veces, el intercambio de indumentarias suele ser una de las escenas más interesantes del partido, ya que permite admirar la musculatura de los mendas implicados y descubrir algún que otro tatuaje. Es probable que algún jugador de una selección menor, deshauciada de antemano por los pronósticos, le dé más importancia a conseguir la camiseta de, pon...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El escándalo arbitral del España-Corea no nos permitió asistir al tradicional intercambio de camisetas entre jugadores. Se comprende: los españoles estaban demasiado ocupados insultando, como Poli Rincón en la SER, a la madre del colegiado. Aunque, a veces, el intercambio de indumentarias suele ser una de las escenas más interesantes del partido, ya que permite admirar la musculatura de los mendas implicados y descubrir algún que otro tatuaje. Es probable que algún jugador de una selección menor, deshauciada de antemano por los pronósticos, le dé más importancia a conseguir la camiseta de, pongamos, Ronaldo que a llegar a las semifinales. Las derrotas se las lleva el viento. Las camisetas, en cambio, permanecen y uno puede colgarlas en un lugar privilegiado de su casa y pasar años admirándolas mientras olvida su gloriosa época de jugador entregándose a la cerveza o a la Play-Station.

Algunos futbolistas más mitómanos o fetichistas las coleccionan. Buscan a su rival más admirado antes del partido o en el túnel de vestuarios se ponen de acuerdo para, al final, llevarse el trofeo textil como un tesoro procurando que nadie se anticipe a su petición. Del jugador Platt, se cuenta que coleccionaba las camisetas de sus rivales. Y que, a lo largo de su dilatada experiencia por estos campos de Dios, había observado que, como es lógico, todas apestaban a sudor al término de los partidos. Con una excepción: las camisetas del italiano Baresi. Platt dijo entonces: 'A los italianos les gusta conservar la elegancia y oler bien incluso en el terreno de juego. Pero, en el caso de Baresi, creo que es un jugador tan fino tácticamente que siempre está en el lugar adecuado sin tener que transpirar'.

Baresi, pues, pertenecía a la estimulante raza de jugadores que consideran que, más que una virtud, sudar la camiseta es un sucedáneo de virtud ideal para aquéllos que tienen que suplir sus lagunas técnicas con entrega y derroche físico, los que confunden el fútbol con la maratón. Como suele decir Cruyff, el que tiene que correr es el balón, no el jugador. Incluso hay quien sostiene que las camisetas actuales están fabricadas con materiales que aceleran la sudoración, de modo que cualquiera que corra un par de metros puede presumir de haber cumplido con el único mandamiento que, al parecer, importa a los entrenadores y a buena parte de la afición: sudarás la camiseta.

Estarán contentos: este Mundial ha reivindicado el esfuerzo de los que sudan la camiseta. Los malabaristas del balón, los estrategas de las largas distancias, los fríos y calculadores arquitectos del juego por las bandas se han tenido que marchar a casa por pijos, ya que han sido sorprendidos y humillados por una manada de tipos que se dedican a correr como posesos, anticipándose y sudando esa camiseta que luego intercambiarán con su ídolo de turno. En lo que todos están de acuerdo es en que la única camiseta que no le interesa a nadie, esté sudada o perfumada, es la del árbitro. Por algo será.

Archivado En