Columna

Crisis

Hay una reacción primaria ante la evidencia de que hubo una huelga general: 'la izquierda existe'. El Gobierno de José María Aznar pareció sorprendido por esa constatación equívoca. La protesta (habría que analizar unas masivas manifestaciones en las que coincidieron los obreros más clásicos con gentes que incluso no habían hecho huelga) venía motivada por el rechazo a una reforma del desempleo regresiva e impuesta, pero alcanzaba otro sentido. Durante un día, la esfera pública, donde a decir de Habermas el debate ensancha los límites de la política hacia la sociedad civil, se confundió litera...

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Hay una reacción primaria ante la evidencia de que hubo una huelga general: 'la izquierda existe'. El Gobierno de José María Aznar pareció sorprendido por esa constatación equívoca. La protesta (habría que analizar unas masivas manifestaciones en las que coincidieron los obreros más clásicos con gentes que incluso no habían hecho huelga) venía motivada por el rechazo a una reforma del desempleo regresiva e impuesta, pero alcanzaba otro sentido. Durante un día, la esfera pública, donde a decir de Habermas el debate ensancha los límites de la política hacia la sociedad civil, se confundió literalmente con el mapa social de España e incumbió, de una manera u otra, a todos los ciudadanos. Como una de esas fallas geológicas en las que chocan las placas tectónicas, el 20-J fue un temblor, un aviso, del roce entre la política 'estrecha' y la política 'amplia' que alimenta la crisis en todo el mundo. Me refiero a la crisis de la izquierda, en tanto que alternativa de solidaridad y de cambio, y al espejismo de una derecha que se instala en el poder estatal con la fantasía de que su ideología es hegemónica. Europa, en este momento, es un ejemplo llamativo de ello: la izquierda jospiniana ha sido barrida en Francia, la coalición entre socialdemócratas y verdes de Schröder en Alemania afronta una elección incierta y Blair se atrinchera en el Reino Unido perfumando su tercera vía de un ambiguo aroma conservador. Mientras, en Sevilla, este fin de semana las manifestaciones antiglobalización frente a la cumbre de la Unión Europea han vuelto a reflejar la escisión entre el aparato institucional y la calle. Ha defendido Giddens una 'política de la vida' y ha escrito: 'En la teoría política se acepta la convención de reconocer una noción de política más estrecha y otra más amplia. La primera se refiere a procesos de toma de decisión dentro de la esfera gubernamental del Estado; la segunda considera político cualquier modo de tomar decisiones que se relacione con la solución de debates o conflictos en los que choquen intereses o valores opuestos. La política de la vida es la política en ambos sentidos'. Se trata de algo que todavía no existe, aunque pugna por nacer.

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