Editorial:

Chirac, absoluto

Tras la aplastante victoria por una mayoría sobrada en la segunda vuelta de las legislativas francesas, Jacques Chirac se ha convertido en un presidente absoluto para los próximos cinco años. Ha logrado el doblete que buscaba: ganar las presidenciales y las parlamentarias para dejar atrás la cohabitación que los franceses han rechazado con rotunda claridad. Se saca así la espina de 1997, cuando disolvió anticipadamente la Asamblea Nacional para asegurarse una mayoría en el resto de su mandato, que le arrebató la izquierda plural.

La abstención registrada en los comicios de ayer r...

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Tras la aplastante victoria por una mayoría sobrada en la segunda vuelta de las legislativas francesas, Jacques Chirac se ha convertido en un presidente absoluto para los próximos cinco años. Ha logrado el doblete que buscaba: ganar las presidenciales y las parlamentarias para dejar atrás la cohabitación que los franceses han rechazado con rotunda claridad. Se saca así la espina de 1997, cuando disolvió anticipadamente la Asamblea Nacional para asegurarse una mayoría en el resto de su mandato, que le arrebató la izquierda plural.

La abstención registrada en los comicios de ayer rebasó cualquier límite, pues casi dos de cada cinco franceses no acudieron a votar. Chirac y toda la clase política francesa deben atender este mensaje, amplificado respecto a la primera vuelta el domingo pasado. Es un reflejo de la desafección de los ciudadanos, especialmente los jóvenes, llamados a votar cuatro veces en dos meses, cuando la política atraviesa una grave crisis en Francia. Sólo para parar a Le Pen se movilizó el electorado en la segunda vuelta de las presidenciales. La arrasadora victoria personal de Chirac, y, ayer, la del centro-derecha agrupado en torno a su liderazgo, es incuestionable, pero no deja de tener algo de accidental. En cierto modo, como en su día la izquierda, Chirac le debe una parte de esta victoria a Le Pen.

El Frente Nacional, afortunadamente, ha quedado fuera del Parlamento, en cuarentena política. Pero es de temer que su efecto perdurará, pues sus ideas están enraizadas en una parte importante de la sociedad francesa. El peligro es que Chirac -y otros en Europa, como Blair y Aznar- se ampare en la necesidad de frenar a la extrema derecha asumiendo en su política una profunda desconfianza hacia los inmigrantes. Veremos pronto, el viernes y sábado en el Consejo Europeo de Sevilla, por qué tendencia se pronuncia Chirac tras su triunfo. Junto al prometido diálogo social y reforma económica, Chirac ha prometido abordar el problema del orden público en una Francia en la que ha degenerado la seguridad ciudadana, los barrios más populares se han vuelto peligrosos y en diversas ciudades grupos de jóvenes gamberros se dedican al vandalismo los fines de semana. La sensación de los franceses es que en estos últimos años, tanto la izquierda como la derecha, han desatendido esta preocupación central.

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El experimento de la izquierda plural ha quedado, de momento, clausurado. El Partido Socialista ha sufrida una grave, aunque digna derrota frente al tirón de Chirac, pero algunas de sus cabezas se quedan sin escaño. Los comunistas también sufren un serio retroceso, El papel de la extrema izquierda ha sido, de nuevo, episódico. La reconstrucción de la izquierda corresponde ahora, prácticamente en solitario, a los socialistas. Tienen cinco años para intentarlo, cuando los franceses se cansen. Pues ayer, además de confirmarse el giro a la derecha que está viviendo Europa, se cumplió la regla que desde 1981 quiere que los franceses voten siempre en contra del Gobierno en el poder. La derrota de la izquierda tiene, sin embargo, otros daños colaterales: los planes de autonomía para Córcega pueden verse abandonados.

En esta Europa de la moneda única, cada elección nacional nos afecta a todos los demás. Francia necesita sosiego, y el resto de Europa, que Francia se sosiegue, vuelva a ser creativa, se reforme en profundidad y respete los pactos de estabilidad presupuestaria. Además, en los últimos años se ha dejado sentir el vacío de la política europea de Francia, que debe volver a colocarse en el centro del debate con unas renovadas relaciones con Alemania, para lo que habrá que esperar a los comicios del 22 de septiembre en la otra orilla del Rín.

No puede ilusionar ver como salvador de la patria a un Chirac acusado de corrupciones políticas diversas, pero protegido por la inmunidad presidencial. Es, sin embargo, un político intuitivo que parece haber acertado al nombrar como primer ministro a Jean-Pierre Raffarin, un hombre que no pertenece a la élite política parisina, sino que hizo su carrera en provincias y que merece ser confirmado en el cargo. Chirac intentará transformar en un auténtico partido la Unión para la Mayoría Presidencial (UMP), formada con precipitación, que logró por sí sola una mayoría absoluta de una amplitud sin precedentes en 34 años, incluso sin el apoyo de la disidencia oficial en la derecha, representada por la UDF de Bayrou, que ha obtenido un resultado decente y autónomo.

Los próximos cinco años, en que por vez primera en la V República coinciden el reducido mandato del presidente y el de los diputados, son de Chirac. Con el Parlamento a su favor, acumula más poder que ningún otro jefe de Estado o de Gobierno en la UE. Por esa razón, Chirac tiene la responsabilidad histórica de espantar los demonios franceses y sacar a su país de la depresión vital en la que, sin razón objetiva, se encuentra.

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