Columna

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En el imperio y sus provincias están pasando unas cosas rarísimas y, la verdad, bastante cómicas. Se aprecia ese margen de parodia que siempre deja la catástrofe, ese tinte esperpéntico que adquiere toda desorientación. El otro día asistimos en Madrid a una representación del fracaso del sistema; más bien, pudimos contemplar al sistema mismo tocando fondo, y fue de carcajada, esa carcajada nietzscheana que tan lúcidamente glosaron Luis Buñuel y los hermanos Marx. (Donde digo sistema a secas, léase sistema del capital, o capitalismo también a secas, que ya llueve sobre mojado).

Aú...

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En el imperio y sus provincias están pasando unas cosas rarísimas y, la verdad, bastante cómicas. Se aprecia ese margen de parodia que siempre deja la catástrofe, ese tinte esperpéntico que adquiere toda desorientación. El otro día asistimos en Madrid a una representación del fracaso del sistema; más bien, pudimos contemplar al sistema mismo tocando fondo, y fue de carcajada, esa carcajada nietzscheana que tan lúcidamente glosaron Luis Buñuel y los hermanos Marx. (Donde digo sistema a secas, léase sistema del capital, o capitalismo también a secas, que ya llueve sobre mojado).

Aún recuerdo la digna herencia antiyanqui, una muy educativa manera de aprender geografía política, que los adolescentes recogíamos en los setenta y en los ochenta; recuerdo también esos noventa en los que resultaba pesado, e incluso de mal gusto, seguir acusando del grueso de nuestros males a EE UU, cuando tantos conocían a alguien que había mandado a los niños a hacer el COU a una familia de las de allá. Tampoco es que quiera yo ahora lanzar unas ingenuas campanas al vuelo, pero, aparte de que ese tácito respeto bien pudiera interpretarse como uno de esos modales muy europeos que exigen silencio en la antesala del moribundo, y de que vuelve a respirarse un muy sano aire de reproche hacia ese Tío Sam de nuestros primos los de aquellos COU, lo que pasó el otro día en el parque Warner de San Martín de la Vega se me antoja como algo parecido a su extenuación tras la conquista. De aquellos polvos estas pajas.

Porque conquista sí que ha habido, para qué nos vamos a engañar, y, a mayor tragedia de provincia de imperio, lo que nos han conquistado, a golpe de semihéroe colateral y de muy especial efecto, ha sido el corazón. (Dejemos a un lado la cabeza, que el tema no va de misiles). Cómo explicarnos, si no, que a 30.000 personas, en su mayoría de Castilla-La Mancha, les dé por visitar un viernes (un viernes como otro cualquiera, que diría Glen Baxter) tan inconmensurable complejo de ocio. Acabaron acomplejados, claro, los 30.000 recios castellano-manchegos, pues cuando te rompen el corazón lo primero que pierdes es la autoestima. Y los nervios. Pero eso ya es otra cosa, porque el estómago vacío altera mucho al individuo, ni qué decir tiene cuando son las bocas de sus crías las que quedan por alimentar. Y es que es un clásico de nuestra cultura (quizá se produjo el conocido choque de civilizaciones con la del Tío Sam) la especie de que no hay corazón conquistado que valga si no se acompaña de la conquista del estómago. Lo que sucedió en San Martín de la Vega es que faltaron hamburguesas, y los desasistidos hubieron de formar largas colas de sufrimiento ante los restaurantes, lo que provocó a su vez revueltas populares, que al tiempo sembraron de llanto y lipotimias el otrora tan ocioso recinto. Normaaal. A tal grado llegó el desborde de éxito que a punto estuvo el sistema de morir. De éxito o de risa. La directora de mercadotecnia del complejo, Mónica Espinosa de los Monteros (quien afirmó, sensata, que 'en cualquier sitio al aire libre la gente se puede marear'), tuvo al fin, en un gesto de tanta responsabilidad como el nombre de su cargo, que tomar decisiones de urgencia y dar orden de que se repartiera entre los desesperados, de forma gratuita, la comida y bebida que como toda hormiguita que se precie guardaba la Warner en sus almacenes, siendo así que la gran empresa del capital devino en una grotesca ONG atendiendo a esas decenas de miles de refugiados que exigían su derecho a consumir y se desmayaban por el comprensible disgusto de tener que volver a casa sin haber gastado un euro. Normaaal.

O sea, que el sistema debiera inquietarse de no necesitar bufones, pues que él mismo ha de esforzarse ya en no ser tomado a broma. Hace un par días, por insistir en la comedia rara, sale un tío en la tele desde Nueva York. Tenía pinta de portavoz y, en la línea de 'caza al hombre' propuesta por el colega de Aznar, explicaba, para tranquilidad de los provincianos, las nuevas medidas adoptadas por los dudosos servicios secretos del Imperio: se vigilará uno por uno a todo sospechoso de pertenecer a las fuerzas del mal; por ejemplo: un tipo que en pleno verano vaya por la calle en gabardina. Normaaal, qué calooor... ¿Me pasas otro cómic?

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