LA OTRA MIRADA | Mundial 2002

La ameba melancólica

Mientras los cronistas se afanan en buscar una razón a los enigmas del juego, los partidos del Campeonato Mundial vuelven a demostrar que todo equipo de fútbol es en realidad un solo individuo con veintidós ojos; una especie de ameba con uniforme y linimento cuya delicada piel se altera al influjo de los estímulos más pequeños. Atrapada en la química del estadio como una muestra en un crisol, esa extraña criatura se extiende y se contrae incesantemente en hora y media de vida. A veces herida por la luz, a veces por el ruido y a veces por sutiles factores de la pasión, modifica continuamente su...

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Mientras los cronistas se afanan en buscar una razón a los enigmas del juego, los partidos del Campeonato Mundial vuelven a demostrar que todo equipo de fútbol es en realidad un solo individuo con veintidós ojos; una especie de ameba con uniforme y linimento cuya delicada piel se altera al influjo de los estímulos más pequeños. Atrapada en la química del estadio como una muestra en un crisol, esa extraña criatura se extiende y se contrae incesantemente en hora y media de vida. A veces herida por la luz, a veces por el ruido y a veces por sutiles factores de la pasión, modifica continuamente su dibujo y su estado de ánimo: cambia de forma y de comportamiento hasta parecernos un ser desconcertante.

Sin perjuicio de sus debilidades, hay al menos dos clases de ameba en el cuadro de la fase final: en ambas se representa la diferencia que existe entre un verdadero aspirante al título y un simple telonero. Hay amebas potentes, tenaces, agresivas; seres refractarios al calor, indiferentes a las emociones y resistentes a la fractura. Y hay amebas pusilánimes; seres tenues, volátiles y quebradizos que se desintegran rápidamente al olor de la derrota, tal como esas vistosas formas de vida submarina se degradan al contacto con el aire. Inglaterra, Argentina, Alemania y Brasil forman parte del primer grupo. ¿Y España?

Por el momento España está en tierra de nadie. Sabemos que es capaz de todo, lo que equivale a decir capaz de nada. A ratos la hemos visto jugar admirablemente ante Eslovenia y Paraguay. En ellos iba y venía por las invisibles calles del campo sin descomponer la figura; maniobraba con la seguridad que transmiten quienes tienen dos valores: el plan que se precisa para ganar y el carácter que se precisa para aplicarlo. En los peores minutos, el escorpión se convertía en crisálida. Entonces la Selección parecía un animal frío, blando y pasivo al que cualquier principiante podía acosar, pinchar o pisotear sin otro riesgo que el de mancharse las botas. Tan radical metamorfosis escapaba al dominio de los fenómenos explicables: a primera vista los jugadores habían sufrido un ataque de amnesia y otro de desorientación. Allí nadie sabía quién era ni por dónde andaba.

Puesto que, con ligeras variaciones, nos ha ofrecido ambas imágenes de sí misma, necesita acreditarse inmediatamente como equipo estable y reconocible. Sabemos que, con mayor o menor inspiración, Alemania será siempre una colmena, Inglaterra un enjambre, Italia un avispero, Argentina un ciempiés y Brasil una escola de samba. Ocurra lo que ocurra, todas ellas creerán en sí mismas; en caso de urgencia sabrán buscar su oportunidad y su partitura.

También es cierto que la selección española carece de la ventaja inicial que hace grandes a sus colegas ganadoras del título mundial. Carece de la memoria del campeón.

Pero, por desgracia, los manuales dicen que sólo hay un modo de conseguirla: ganar el Campeonato.

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