Arrimar el ascua

En el asunto de la inmigración todo el mundo arrima el ascua a su sardina. Ante la tendencia de las últimas elecciones en varios países europeos, los políticos corren de un lado a otro, asustados por la posibilidad de quedarse fuera de juego. Parece que ahora se les ha encendido la bombilla: si la gente atribuye a los inmigrantes todos los males y confía en políticos con la catadura moral del betún, ellos se apresuran a bajar a las cloacas para apropiarse de esas vergonzosas banderas y hacer el trabajo sucio, que aquí no se le hace ascos a ningún voto y ya torearemos esas zarandajas de los cua...

En el asunto de la inmigración todo el mundo arrima el ascua a su sardina. Ante la tendencia de las últimas elecciones en varios países europeos, los políticos corren de un lado a otro, asustados por la posibilidad de quedarse fuera de juego. Parece que ahora se les ha encendido la bombilla: si la gente atribuye a los inmigrantes todos los males y confía en políticos con la catadura moral del betún, ellos se apresuran a bajar a las cloacas para apropiarse de esas vergonzosas banderas y hacer el trabajo sucio, que aquí no se le hace ascos a ningún voto y ya torearemos esas zarandajas de los cuatro progres de siempre.

Tampoco en Cataluña nos libramos del río revuelto ni de los pescadores que aspiran a ganancia. Nuestro republicanísimo (¡pero yo creía que también de izquierdas!) Carod Rovira se saca de la manga un curso de integración mediante el que los inmigrantes tendrían que demostrar su bondad infinita y su amor a la patria si quieren que ésta les reconozca sus derechos. Se supone que los nativos están exentos: si has nacido aquí, la dignidad viene en el pack, entre el carnet del Barça y el del Club Súper 3. Da vergüenza, o pena, o todo a la vez, pero ya se sabe que el discurso populista es más agradecido, cansa menos y además te vota.