Columna

Diario

Cuando era pequeña, tuve un profesor de matemáticas al que le salían moscas del interior de las orejas. Él no se daba cuenta, o no le daba importancia, pero a mí me marcó la vida. Tengo asociadas las raíces cuadradas a las moscas. Me ha venido a la memoria aquel profesor porque esta noche he soñado que pasaba por delante de mí una mosca a la que intentaba seguir, pues en el sueño creía que no se mueven al azar, sino que van a un sitio u otro con algún propósito absurdo, del mismo modo que nosotros vamos al Ayuntamiento a resolver trámites o a la oficina a ganarnos la vida. La perdí de vista cu...

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Cuando era pequeña, tuve un profesor de matemáticas al que le salían moscas del interior de las orejas. Él no se daba cuenta, o no le daba importancia, pero a mí me marcó la vida. Tengo asociadas las raíces cuadradas a las moscas. Me ha venido a la memoria aquel profesor porque esta noche he soñado que pasaba por delante de mí una mosca a la que intentaba seguir, pues en el sueño creía que no se mueven al azar, sino que van a un sitio u otro con algún propósito absurdo, del mismo modo que nosotros vamos al Ayuntamiento a resolver trámites o a la oficina a ganarnos la vida. La perdí de vista cuando se internó en el pasillo y entonces me desperté, aunque no del todo. En ese estado de duermevela, recordé también que aquellas moscas que salían de las orejas del profesor de matemáticas me ayudaron más de una vez a resolver los quebrados y las ecuaciones, aunque parezca un disparate.

Al poco, me levanté inquieta y fui al cuarto de baño. Mi marido se había dejado la tapadera del retrete abierta y vi, flotando en el agua, una mosca que agitaba las patas con desesperación. Daba miedo observarla y ponerte en su cabeza, pobre. Estuve a punto de tirar de la cadena, pero luego pensé que quizá esa mosca se había comunicado conmigo telepáticamente para que le salvara la vida (no sería la primera vez). Mientras dudaba, el insecto dejó de moverse y quise pensar que había fallecido para volver a la cama sin remordimientos. Finalmente, la rescaté con un trocito de papel higiénico, la abandoné en el borde la bañera y regresé al dormitorio llena de extrañas sensaciones. Hay momentos en la vida en los que una confluencia de casualidades puede hacerte creer que todo está conectado. De ser así, había actuado bien. Una mosca más o menos no importa, es cierto, a menos que se trate de tu mosca.

Pensé que quizá aquélla me estaba destinada y que no rescatarla habría sido un error. Recé para que viviera y lo cierto es que por la mañana fui al cuarto de baño antes de que entrara mi marido y no la vi: se había salvado. Desde entonces me van las cosas mejor, como si una presencia bienhechora hubiera entrado en mi existencia. Se lo contaría a mi marido, pero ya sé lo que va a decir.

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