ADIÓS A UNA LEYENDA DEL FÚTBOL MUNDIAL

'Hablar de fútbol le ponía nervioso'

'¿Egipto? ¡Qué bonito lugar! Quizá también nosotros vayamos este verano una semana'. Corría febrero, pero Kubala empezaba ya a pensar dónde pasar las vacaciones con su esposa. Lo comentó a hurtadillas, antes de coger el ascensor, con su vecina Elisabetta, la única que, junto a ellos, ocupaba en los tranquilos inviernos de Lloret de Mar la cuarta planta del sobrio edificio Park Lein. Pocos días después Elisabetta se topó con la noticia de su ingreso en una clínica. Para ella, como para todo el vecindario, supuso una sorpresa.

Kubala era aquel señor reservado, educado y entrañable que...

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'¿Egipto? ¡Qué bonito lugar! Quizá también nosotros vayamos este verano una semana'. Corría febrero, pero Kubala empezaba ya a pensar dónde pasar las vacaciones con su esposa. Lo comentó a hurtadillas, antes de coger el ascensor, con su vecina Elisabetta, la única que, junto a ellos, ocupaba en los tranquilos inviernos de Lloret de Mar la cuarta planta del sobrio edificio Park Lein. Pocos días después Elisabetta se topó con la noticia de su ingreso en una clínica. Para ella, como para todo el vecindario, supuso una sorpresa.

Kubala era aquel señor reservado, educado y entrañable que cada mañana, a las diez, cogía su bicicleta para recorrer unos cuantos kilómetros. El mismo que en el verano nadaba largos y largos en la piscina de la urbanización. El que a diario se ejercitaba en el jardín y de vez en cuando ofrecía consejos sobre cómo mantenerse en forma. A veces, cuando los niños jugaban al fútbol en el jardín, como si le entrara la nostalgia, se unía a ellos para dar unas patadas al balón. Su vitalidad parecía no tener fin. El fútbol y el Barça, sin embargo, habían desaparecido de su vida y de sus conversaciones. Junto a su segunda mujer, con la que cada tarde paseaba por la playa de Els Fanals, y alejado de sus tres hijos, Kubala llevaba una vida muy hogareña.

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'Hacían de jubilados y en invierno sólo nos teníamos los unos a los otros', cuenta Elisabetta. Poco a poco, sin saberse por qué, Kubala fue alejándose de la Asociación de Veteranos del Barça, la misma que presidió y le procuró una pensión vitalicia tras el último homenaje, recibido en abril de 1993.

El mito azulgrana, que ofrecía ardillas como el mejor de sus regalos, se fue refugiando en su esposa -apenas conocida en la urbanización, a diferencia de su marido- y en sus costumbres cotidianas. En las cálidas tardes del turístico verano de Lloret, Kubala llamaba a Antonio, el portero de su edificio, para compartir una cerveza fresca en el bar Paula, a dos pasos de su casa. No le gustaba estar solo ni alejarse. Aunque reservado, allí mantenía conversaciones mundanas con Paula, la propietaria. 'Hablábamos del tiempo, del pueblo..., pero nunca de fútbol. Eso le ponía muy nervioso..., más teniendo en cuenta que yo soy del Madrid'.

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