Crítica:CRÍTICA | TEATRO

Un drama desgarrado

Empezaré por lo peor de este drama verídico y representado a flor de piel en un meritorio trabajo actoral de Rita Siriaka. La escenografía, que la promoción de la compañía se encarga de remarcar que 'es de Dino Ibáñez, colaborador habitual de Els Joglars', consiste en una moqueta extendida que se prolonga en una especie de extensión peraltada sin ninguna utilidad visible. Lo que se designa como 'espacio sonoro' es una grabación de sonidos fragmentarios de escasa entidad dramática o narrativa. El vestuario de Sue Plummer, 'del National Theatre de Londres', es un vestido primaveral de los que pu...

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Empezaré por lo peor de este drama verídico y representado a flor de piel en un meritorio trabajo actoral de Rita Siriaka. La escenografía, que la promoción de la compañía se encarga de remarcar que 'es de Dino Ibáñez, colaborador habitual de Els Joglars', consiste en una moqueta extendida que se prolonga en una especie de extensión peraltada sin ninguna utilidad visible. Lo que se designa como 'espacio sonoro' es una grabación de sonidos fragmentarios de escasa entidad dramática o narrativa. El vestuario de Sue Plummer, 'del National Theatre de Londres', es un vestido primaveral de los que pueden verse en los escaparates de cualquiera de los grandes almacenes, etcétera. En resumen, el casting del diseño de producción está incomprensiblemente hinchado.

La mujer invisible

De Kay Adshead, en versión de Carla Matteini, por L'Om-Imprebis. Intérprete, Rita Siriaka. Iluminación, Rafa Mojas, Félix Garma. Vestuario, Sue Plummer. Espacio sonoro, Eduardo Vasco. Escenografía, Dino Ibáñez. Dirección, Santiago Sánchez. Sala Moratín. Valencia.

Incomprensiblemente, porque el dramón, tan políticamente correcto, de una periodista y poeta violada y humillada en un país del África negra, que consigue huir para ser nuevamente humillada y violada en el país europeo de acogida, tiene la fuerza suficiente como para no recurrir a esa clase de mampostería. Por lo demás, un monólogo tan tremendo, y verídico, como éste tiene varias posibilidades de montaje, pero la peor de todas es sin duda la que consiste en tratar de emocionar al espectador a toda costa, que es el camino elegido por Santiago Sánchez. El carácter terrible de lo que se narra es lo bastante fuerte como para que el responsable de la puesta en escena desdeñe el subrayado continuo y recurra a procedimientos tal vez menos emotivos pero acaso más artísticos. No es así. El enorme esfuerzo de Rita Siriaka se ve recompensado por el fervoroso aplauso del público al terminar la función -demasiado larga para un monólogo tan intenso-, y por la emoción lacrimosa que la estupenda actriz no puede evitar en la ceremonia final de los saludos.

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