Columna

Diario

De pequeña, heredaba la ropa de una prima rica. Nunca estrené un abrigo, una blusa, unos zapatos. Cuando a mi prima le compraban algo nuevo, sabía que al año siguiente lo llevaría yo, lo que me producía una inquietud morbosa. Era como estar condenada a acarrear una identidad de segunda mano. Algunas amigas, para fastidiar, me llamaban por el nombre de mi prima, y a mí misma me costaba saber quién era cuando me contemplaba en el espejo con sus faldas. Un día que nos habíamos enfadado por algo que no recuerdo, mi prima se manchó adrede una blusa blanca con la tinta del bolígrafo. Aunque aplicaro...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

De pequeña, heredaba la ropa de una prima rica. Nunca estrené un abrigo, una blusa, unos zapatos. Cuando a mi prima le compraban algo nuevo, sabía que al año siguiente lo llevaría yo, lo que me producía una inquietud morbosa. Era como estar condenada a acarrear una identidad de segunda mano. Algunas amigas, para fastidiar, me llamaban por el nombre de mi prima, y a mí misma me costaba saber quién era cuando me contemplaba en el espejo con sus faldas. Un día que nos habíamos enfadado por algo que no recuerdo, mi prima se manchó adrede una blusa blanca con la tinta del bolígrafo. Aunque aplicaron mil productos, heredé la blusa con esa imperfección. Muchas veces pensé en decirle a mi madre que prefería ir desnuda a ir disfrazada de otra, pero me faltó valor, pues no ignoraba que a ella también le parecía humillante.

Ya de mayores, alcancé en la vida una situación económica mejor que la de mi prima. Un día le pasé un abrigo que estaba como nuevo, pero del que me había cansado. No lo hice por devolverle las afrentas de la infancia, aunque quizá sí, pero me las arreglé para convencerme de que lo hacía por razones humanitarias. El caso es que a mi prima le quedaba el abrigo mejor que a mí y se puso muy contenta. Me pidió que le pasara toda la ropa que dejara de ponerme. Lo hice con la esperanza de reparar el pasado, pero mis prendas le caían mejor a mi prima que a mí. Daba la impresión de que habían sido compradas para ella, aunque por una rareza del destino pasaran antes por mi cuerpo. Llegó a decirme que detestaba estrenar, porque con la ropa recién estrenada se sentía muy puesta, y que yo, sin llegar a envejecer las blusas ni los jerséis ni los pantalones, le daba a todo un punto perfecto.

Pensé que quizá le estaba devolviendo la identidad que me había pasado de pequeña, aunque yo no tenía ninguna otra de repuesto, por lo que me sentí más vacía que entonces. Se lo comenté a mi marido y se rió. Hace poco averigüé que él y mi prima se entendían, aunque no se lo dije a nadie. Ayer mi prima me pidió que le pasara también la ropa interior cuando se me quedara vieja. Entonces me eché a llorar, y me miraron como a un bicho.

Sobre la firma

Archivado En