Editorial:

La farsa de Mugabe

La farsa electoral de Zimbabue ha concluido con el único resultado posible, la victoria del presidente Robert Mugabe, el ex guerrillero independentista que a los 78 años, y tras 22 de poder absoluto, se concede otros seis al timón de un país que suscitó las esperanzas de África. El triunfo de Mugabe, proclamado oficialmente antes de finalizar un innecesario recuento, ha sido considerado fradulento por Europa y Estados Unidos, aunque gobiernos africanos de peso, como Suráfrica, Nigeria o Kenia, se hayan apresurado a convalidar la quinta reelección del antiguo marxista convertido al credo del po...

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La farsa electoral de Zimbabue ha concluido con el único resultado posible, la victoria del presidente Robert Mugabe, el ex guerrillero independentista que a los 78 años, y tras 22 de poder absoluto, se concede otros seis al timón de un país que suscitó las esperanzas de África. El triunfo de Mugabe, proclamado oficialmente antes de finalizar un innecesario recuento, ha sido considerado fradulento por Europa y Estados Unidos, aunque gobiernos africanos de peso, como Suráfrica, Nigeria o Kenia, se hayan apresurado a convalidar la quinta reelección del antiguo marxista convertido al credo del poder absoluto y la rapiña.

El resultado, denunciado por el jefe de la oposición, Morgan Tsvangirai, acusado de traición la semana previa a los comicios, es una pésima noticia para Zimbabue, una nación llevada a la bancarrota por Mugabe y que hasta hace no mucho gozaba de mimbres económicos, culturales y civiles muy por encima de la media africana. Es también un serio revés para las declaradas, y en muchos casos retóricas, aspiraciones de los líderes regionales por hacer del continente desheredado un socio responsable en busca de justicia, democracia y bienestar, y obtener por ello la cooperacion económica de Occidente.

Los comicios han estado precedidos de casi cualquier violación imaginable de un proceso limpio. Mugabe y su partido gobernante han intimidado, encarcelado o asesinado a sus oponentes. El presidente ha lanzado a sus correligionarios contra los 70.000 blancos de Zimbabue; ignorado las decisiones de los tribunales; perseguido la independencia de los medios de comunicacion; vetado a la mayoría de los observadores neutrales y detenido a los de la oposición, y ha impedido votar a decenas de miles de personas durante la triple jornada del 9 al 11 de marzo.

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A diferencia de otros autócratas africanos, Mugabe pretende legitimarse a través de las urnas; pero su concepto de democracia queda insuperablemente reflejado en el hecho de que los militares anunciaran antes de los comicios que, llegado el caso, no permitirían asumir el poder a Tsvangirai. Está por verse si las amañadas elecciones desembocan en el tantas veces vaticinado enfrentamiento civil. En cualquier caso, la senda radical elegida por el dueño de Zimbabue y las circunstancias de su reelección hacen más lamentable y peligroso el apoyo inmediato de algunos de los Gobiernos más influyentes del continente. El aval de Nigeria y, sobre todo, Suráfrica confirma una oscura veta que prefiere la complicidad con los dictadores, aunque hayan sido iconos de las luchas de liberación, a la honradez económica, el libre juego político y el imperio de la ley.

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