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El pensamiento de izquierda naufragó después de la carnicería ideológica que consumó el mayo francés: el estalinismo se había convertido en blanco de la ira de los reformistas soviéticos, el reformismo en blanco de trotskistas, maoístas, situacionistas...; todos estos en blanco de los anarcos, y, por si fuera poco, el viejo socialismo llamado democrático se sacudía sus antiguas tentaciones revolucionarias y especulaba a la carrera con labrarse una faz presentable y propia para optar a gobernar abominando de los nuevos comunistas, de los viejos y de las izquierdas alternativas. El debate de la ...

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El pensamiento de izquierda naufragó después de la carnicería ideológica que consumó el mayo francés: el estalinismo se había convertido en blanco de la ira de los reformistas soviéticos, el reformismo en blanco de trotskistas, maoístas, situacionistas...; todos estos en blanco de los anarcos, y, por si fuera poco, el viejo socialismo llamado democrático se sacudía sus antiguas tentaciones revolucionarias y especulaba a la carrera con labrarse una faz presentable y propia para optar a gobernar abominando de los nuevos comunistas, de los viejos y de las izquierdas alternativas. El debate de la izquierda, pues, ya hace años que está corroído por el desvarío teórico, el tribalismo discursivo, la desorientación y el correlativo aprovechamiento óptimo por parte del pragmatismo teórico de las derechas.

Servir a la sociedad basada en el modo de producción capitalista iba a llevar a los osados tarde o temprano o a la integración y a la deriva teórica o a la inoperancia. La escasez, la penuria y la lacra de la explotación capitalista mantenían la ficción de una clase obrera movilizada, liderando a las clases populares hacia el horizonte inevitable de la revolución, pero el capitalismo y sus gurús pudieron más -¡incluso con la URSS!-, y hete aquí que la izquierda, el conjunto de la izquierda, como suele designarse al barco a la deriva en el mar que mueve el denostado sistema, ha tenido que cambiar a la ligera de referentes teóricos y de objetivos prácticos: ahora son el ecologismo, los movimientos de género y las causas altruistas las que mueven aquello donde reside la esperanza de los irreductibles.

Cuando leo que el profesor Josep Vicent Marqués, riñe, literalmente, riñe a los estudiantes de la Universidad de Valencia por no haber ido a votar en las pasadas elecciones a rector y no acudir, además, a unas jornadas organizadas en el campus de Tarongers sobre sostenibilidad; cuando el profesor Barona, celebra que obtuvo más votos en la elección a rector, a pesar de no ganar, se me ocurre que el análisis global de la deriva de nuestra izquierda menos burocrática no hace falta ir a buscarlo en debates de profundidad académica sino en el día a día de detalles que jalonan este largo camino hacia ninguna parte.

Porque, primero, no es nuevo que los estudiantes votan poco en las elecciones universitarias, ni es nuevo que antes también se votaba al rector con voto ponderado y sin mandato imperativo (los estamentos votaban a sus representantes, que, en una proporción similar a la que marca la LOU, acudían al claustro y allí votaban al rector, sin que importase cuántos votos había obtenido cada representante en su colegio), de manera que podía ser rector un candidato votado mayoritariamente por electores claustrales que, a su vez, dispusieran de menos votos directos que los votantes del candidato perdedor, y, segundo, si a unas jornadas de lo que sea no asiste nadie es o que eso no interesa a nadie o que se organizó con los pies, y punto.

A la izquierda no burocrática le iría bien algún curso de marketing y un reciclaje en materia electoral, y a los numerosos analistas electorales que pontifican sobre la injusticia del voto ponderado actual algo de memoria, un poco menos de atrevimiento y una provechosa lectura de algún manualillo de Ciencia Política homologado.

Vicent.franch@eresmas.net

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