Columna

Geometría

En la catedral de Notre Dame los confesionarios ya se han convertido en despachos acristalados con sillas, mesas y teléfonos, como si se tratara del bufete de un director de sucursal bancaria. En el interior de estas oficinas, el antiguo confesionario de madera ha perdido toda su ferocidad moral y ha quedado transformado en una coqueta boisserie que hace más acogedora la estancia del penitente, mientras mantiene una agradable charla con un cura con calcetines de ejecutivo que además de darle la absolución parece que lo va a invitar a un trago. Aquí la gestión del pecado roza la dimensió...

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En la catedral de Notre Dame los confesionarios ya se han convertido en despachos acristalados con sillas, mesas y teléfonos, como si se tratara del bufete de un director de sucursal bancaria. En el interior de estas oficinas, el antiguo confesionario de madera ha perdido toda su ferocidad moral y ha quedado transformado en una coqueta boisserie que hace más acogedora la estancia del penitente, mientras mantiene una agradable charla con un cura con calcetines de ejecutivo que además de darle la absolución parece que lo va a invitar a un trago. Aquí la gestión del pecado roza la dimensión y la calidad del interiorismo. Incluso alcanza un punto de plasticidad sublime bajo la descomposción de luz de las vidrieras, quizá por mantener un pulso de competencia turística con el Louvre. Pero este sutil equilibrio sólo es posible mantenerlo aquí, por algo es éste el centro del universo francés. En la puerta de la catedral hay un punto del que salen todas las líneas y en el que confluyen todas las intersecciones, perspectivas y simetrías que concibió el protestante alsaciano Haussmann para asombrar al urbanismo. De aquí parte todo y aquí regresa de algún modo, estableciendo un juego geométrico invisible, pero no imperceptible, que es el que sostiene París y alimenta su leyenda. Por ejemplo, Napoleón fue coronado dentro de este caparazón gótico para impulsar la construcción del cenotafio del Arco del Triunfo, donde el cadáver de Víctor Hugo sería glorificado tras escribir Nuestra Señora de París, libro en el que dio vida a la mascota literaria de esta catedral, el deforme Quasimodo. Asimismo, por este punto cruzan todas las líneas que ha trazado el hambre, a través de la inmigración, y el odio de todas las persecuciones políticas y religiosas como una maraña inmaterial incandescente. Sin embargo, nada o casi nada se mezcla. Sólo se trata de realidades superpuestas que acaso discurran en la misma dirección sin llegar nunca a juntarse. Sobre esa raíz imaginaria pecar es un acto estético que luego gestiona en el confesionario un comisario de exposición con sotana. Y todo eso confluye ahora mismo bajo la próstata de un turista japonés que apunta su cámara digital hacia las gárgolas.

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