Columna

A la cola

'Los conversos a la cola', titulaba su penúltimo artículo en Deia el diputado del PNV Anasagasti. 'Bienvenidos, pero que se pongan a la cola', exhortaba el pasado domingo el socialista Zapatero. Por su parte, Jordi Pujol se limitaba, como Guillermo Brown, a constatar un hecho: que, aparte del suyo, 'no hay otro grupo que desde 1975 haya mantenido tan constantes las líneas básicas de su discurso'.

Anasagasti se refería a Teo Uriarte, uno de los condenados a muerte en el famoso juicio de Burgos, acusados de haber participado, en 1968, en una reunión en la que se decidió asesinar al...

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'Los conversos a la cola', titulaba su penúltimo artículo en Deia el diputado del PNV Anasagasti. 'Bienvenidos, pero que se pongan a la cola', exhortaba el pasado domingo el socialista Zapatero. Por su parte, Jordi Pujol se limitaba, como Guillermo Brown, a constatar un hecho: que, aparte del suyo, 'no hay otro grupo que desde 1975 haya mantenido tan constantes las líneas básicas de su discurso'.

Anasagasti se refería a Teo Uriarte, uno de los condenados a muerte en el famoso juicio de Burgos, acusados de haber participado, en 1968, en una reunión en la que se decidió asesinar al policía Melitón Manzanas. Amnistiados tras la muerte de Franco, algunos de los condenados siguieron en el entorno de ETA mientras que otros la combatieron desde partidos democráticos. El de Anasagasti recuerda continuamente su pasado a estos últimos -para taparles la boca, cuando critican al PNV- y nada dice de los primeros. Además, el reproche del cambio de bandera es reversible: muchos antiguos radicales son ahora autonomistas, pero el PNV expulsa de su seno a los que, como Guevara, se resisten a la marea soberanista.

Los conversos a la cola, de acuerdo. Pero ¿quién puede decir que no lo sea?

Zapatero mandaba a la cola a los dirigentes del PP que ahora hacen bandera de la Constitución. Lo dijo en Magaz de Pisuerga, Palencia, tras recordar que hace un año y en esa misma localidad había reivindicado el concepto de 'patriotismo constitucional', del que se ha apropiado el PP, incorporándolo a una ponencia de su reciente congreso.

Es un argumento que corta por las dos partes: o era un concepto sin valor, en cuyo caso no viene a cuento reivindicarlo, o era valioso, y entonces no se entiende por qué lo han abandonado. La fuente inmediata de los ponentes del PP parece estar en los trabajos que sobre nacionalismo y autonomías ha publicado la fundación FAES, que preside Aznar, y que aspira a ser su laboratorio teórico. Ahora bien, muchos de los autores de esos trabajos (Vallespín, Fusi, Blanco Valdés, Edurne Uriarte, Andrés de Blas, Eliseo Aja, entre otros) son personas más bien próximas al PSOE.

Algo falla en este partido cuando es la derecha la que acaba beneficiándose de lo que produce la izquierda intelectual, pero no es seguro que lo lamenten. Ramón Jáuregui, presidente de la gestora del Partido Socialista de Euskadi, reiteró en el último Comité Federal lo que ya había dicho en el anterior: que los intelectuales vascos de ¡Basta Ya! y compañía son admirables, etc., pero que no deben condicionar la línea política del partido; lo que en la concreta situación vasca casi equivale a invitarles a buscar refugio en la competencia.

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Patriotismo Constitucional: el 25 de febrero de 1981, el presidente del Congreso, Landelino Lavilla, reanudó la sesión que dos días antes habían interrumpido los golpistas proclamando que 'el grito de Viva España no encierra hoy una verdad distinta que el de Viva la Constitución y Viva la Democracia'. La adhesión afectiva a la nación española lo es hoy a la España constitucional y autonómica, capaz de dar cabida al pluralismo nacional, étnico y cultural. Con más o menos acierto, la ponencia del PP trata de incorporar ese reconocimiento: en la Constitución caben diversas ideas de España. Pero el día del último aniversario de su aprobación, Aznar despachó con un 'no tienen ni idea' (sobre España) la propuesta socialista de reforma constitucional para transformar el Senado en Cámara territorial.

Durante años fueron los socialistas quienes más reticentes se mostraron a cualquier reforma de la Constitución. En cambio, Aznar era partidario. Todavía en 1994, en su libro España. La segunda transición, sostenía que 'la culminación del proceso autonómico obliga necesariamente a mejorar la integración política del Estado mediante la reforma del Senado', admitiendo que para ello era necesaria la reforma constitucional porque 'es mejor asumir el riesgo de no acertar que permanecer anclado en la perplejidad, reconociendo la existencia de un problema y resistiéndose a afrontarlo'. El contenido de la reforma, tanto en lo relativo al cambio del sistema de elección de los senadores (parte de los cuales sería directamente designada por los Parlamentos y Gobiernos de las comunidades autónomas) como en lo referente a las competencias que asumiría esa Cámara, era muy parecido al que ahora proponen los socialistas.

Los conversos a la cola, de acuerdo. Pero, aparte del honorable Guillermo Brown, ¿quién puede decir que no lo sea?

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