Columna

Flagelaciones eróticas

La mujer era hermosa, y estaba desnuda y encadenada, con los brazos sobre la cabeza y las piernas abiertas, en un ingenio con engranajes y poleas, que permitían su disposición en las más humillantes posturas. La mujer miraba aterrorizada a dos hombres igualmente desnudos, que la contemplaban gozosamente, con sus látigos preparados para el castigo. La joven universitaria observó aquel grabado de principios del siglo XX y experimentó un estremecimiento. En su audaz tesis, con demasiada frecuencia, cuando la vencía el sueño, suspendía el análisis científico y se planteaba retos inquietantes: ¿qué...

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La mujer era hermosa, y estaba desnuda y encadenada, con los brazos sobre la cabeza y las piernas abiertas, en un ingenio con engranajes y poleas, que permitían su disposición en las más humillantes posturas. La mujer miraba aterrorizada a dos hombres igualmente desnudos, que la contemplaban gozosamente, con sus látigos preparados para el castigo. La joven universitaria observó aquel grabado de principios del siglo XX y experimentó un estremecimiento. En su audaz tesis, con demasiada frecuencia, cuando la vencía el sueño, suspendía el análisis científico y se planteaba retos inquietantes: ¿qué rol le resultaría más placentero?, ¿el de víctima o de sujeto- objeto sádico? Entonces, se humedeció con agua fría las sienes, tomó una taza de café y continuó la lectura del turbador volumen, que había adquirido en una librería de lance, hasta dar con otra lámina donde la misma hermosa mujer u otra parecida, se encontraba no sólo encadenada, sino privada de sus sentidos: los ojos vendados, amordazada y con los oídos taponados. La situación de aislamiento e inmovilidad era tan absoluta que la víctima sólo podía afirmarse, saberse, a través de la comunicación sexual. Entonces solicitaba el coito con un leve movimiento de la pelvis, y era insaciable, porque sólo con la penetración y el orgasmo le llegaba el resplandor de la vida. La joven universitaria encontró en el texto un masoquismo erógeno inducido con violencia, sin apenas relación con el masoquismo femenino e infantil, de tipo histórico, en el que predomina la sumisión, y del que ya se había ocupado Freud, casi tanto como de las fantasías de la flagelación en Pegan a un niño, donde el niño golpeado 'resulta ser objeto de odio'. La joven universitaria y motera sin fronteras, que estaba redactando la tesis Pegan a un talibán escribió que el sadismo moral de Bush y sus aduladores no supone conducta perversa ni psicopatológica: sólo es un crimen brutal contra los derechos humanos, sin precedentes y sin el morbo de la lujuria. Quizá, por eso, ha despertado tan escaso interés.

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