LA CRÓNICA

La música del Barça

Sospechaba desde hace tiempo que Joaquim Maria Puyal no explica por la radio los partidos del Barça, sino que los canta. Mis sospechas se vieron confirmadas hace poco, cuando tuve ocasión de almorzar con él junto con varios amigos. Observé que en una conversación normal su línea de voz bajaba un tono, tono y medio, con respecto a las retransmisiones. No le hubiera dado mayor importancia al hecho de no haber sido porque esa conversación estuvo en buena parte dedicada a la ópera, de la que se mostró gran aficionado. De su trabajo como radiofonista habló poco, por más requerimientos que yo y otro...

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Sospechaba desde hace tiempo que Joaquim Maria Puyal no explica por la radio los partidos del Barça, sino que los canta. Mis sospechas se vieron confirmadas hace poco, cuando tuve ocasión de almorzar con él junto con varios amigos. Observé que en una conversación normal su línea de voz bajaba un tono, tono y medio, con respecto a las retransmisiones. No le hubiera dado mayor importancia al hecho de no haber sido porque esa conversación estuvo en buena parte dedicada a la ópera, de la que se mostró gran aficionado. De su trabajo como radiofonista habló poco, por más requerimientos que yo y otros comensales le lanzábamos al respecto. Prefería escuchar, sin duda porque su oficio consiste en hablar mucho. Pero sí soltó una frase enigmática que se halla en el origen de esta crónica. Ésta: 'Cuando Overmars la toca, tienes que meter más sílabas, acelerar la narración'. Desde entonces pensé que era posible enjuiciar una narración futbolística de Puyal con las herramientas de la crítica musical. Y he esperado a que Overmars, caído del esquema de juego de Rexach por efecto de la incorporación del tridente, volviera a formar parte de la alineación titular, cosa que como ustedes sabrán ocurrió el pasado domingo, para ensayar el experimento.

Resultó al final que no había tonalidad, ni armadura, ni indicación de tiempo: el partido iba a su aire

Primera observación. Puyal se muestra fiel seguidor del precepto monteverdiano del recitar cantando. Esto es, de que la melodía emane del texto, y no al revés. 'Prima le parole, poi la musica': así debe ser en el caso de un periodista. Pero no por venir después, la música es menos importante: a ella quedan por entero confiados los affetti (afectos) del corazón culé. Me explico. En el minuto 10 de la primera parte Puyal metió un crescendo de impecable ascendencia rossiniana. 'Puja Reitziger, corre Reitziger, continua Reitziger, centra Reitziger!', pronunció en staccato, sin saltarse una sola sílaba. La jugada acabó de cualquier manera, pero los buenos culés supimos oír en la frase mantenida en el agudo un deseo claro de animar al equipo dejando atrás la semana horribilis azulgrana en la que estalló el asunto de las supuestas mozas de Cuenca que pedían banderines y otros souvenirs a algunos jugadores concentrados en Madrid. Por cierto, Puyal se refirió a la cuestión en clave, cuando por dos veces bromeó diciendo que el locutorio se le había llenado de señoritas que le pedían entradas y otros favores. Pero yo diría que esa broma inicial moduló pronto en cierta nostalgia conocedora de las debilidades humanas. Para entendernos, no estábamos en el clima desopilante de Il matrimonio segreto, sino en el mucho más distante, melancólico, irónico y humano de Le nozze di Figaro. En la tonalidad de esta ópera, que es la de re mayor, diría yo precisamente que Puyal inició su narración del domingo. Me dirán que en qué me baso para suponerlo. Pues en cierta brillantez alegre que no pretende sentar verdades, sino más bien proyectar deseos. Nada que ver con el aplomo juicioso del mi bemol mayor, o con el carácter majestuoso y solar del fa mayor. Re mayor es bastante más humilde, pero a la vez concentra una mayor efervescencia.

No sabría explicar en qué momento Puyal moduló definitivamente a las severidades opacas de la tonalidad menor. Pero no tardó en apuntar que ese podía ser en efecto un posible desenlace melódico, ciertamente el menos deseado. En el minuto 19 habló ya en tono neutro de 'partit de baixa intensitat' y en el 22 de un 'motor que continua anant molt baix, molt baix de voltes'. Cada final de frase coincidía con un poco alentador descenso hacia el registro grave. Pero yo seguía concentrado en la prueba del algodón de Overmars. Y no tuve suerte, la verdad. Una de sus primeras intervenciones, diría que la segunda, coincidió con el gol del Nàstic de Tarragona en Jaén, lo cual desvió la atención de Puyal hacia una de las pocas alegrías que comunicar a los oyentes esa tarde. Es cierto que al término de la primera parte el holandés protagonizó 'una jugada d'alta dificultat', pero por aquel entonces el radiofonista ya había confesado su esfuerzo por dar a la retransmisión 'una mica d'emoció, si no, ens adormirem' y poco después había hablado, con la contundencia que proporcionan las palabras agudas, de un equipo 'ensopit, desorganitzat, desmotivat, desballestat'.

Nos encaminábamos sin vuelta posible hacia el tono menor. Concretamente, hacia el do menor, el de la Patética de Beethoven. Para acabarlo de arreglar, se abrían paso en el relato, cada vez con mayor intensidad, las abruptas disonancias (¿una cuarta justa? Diabolus in musica) del abucheo del público ('els seguidors... no diré que estan desesperats, però sí entristits, decebuts': de nuevo las palabras agudas al servicio de la desorientación general). Ya sólo faltó que Alfredo marcara en el minuto 35 de la segunda parte para que 'la mala maror a l'estadi' fuera general.

Fue en ese momento cuando caí en la cuenta de la tremenda dificultad que supone retransmitir un partido como ése. Era un partido sin armadura, sin compás, sin indicación de tempo, sin estructura apreciable. En definitiva, un partido sin partitura, cada uno colocando su acorde a destiempo. Al final, no cabía más que buscar consuelo en el aria final que Puyal suele dedicar a su público al final del partido. Sonó a aria de bajo, concretamente a la de Felipe II reconociendo la dolorosísima verdad: 'Ella giammai m'amò' (en palabras del periodista: 'És una derrota que fa mal').

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La voz de Puyal se había ensombrecido en ese punto. De la ópera había pasado a la misa de difuntos, sección Lacrymosa. Aún tuvo fuerzas para pedir a jugadores, directivos, socios y medios de comunicación serenidad y criterio para que unos momentos tan duros no degeneraran en un tremendo Dies irae. Malos tiempos para la lírica.

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