Columna

Villanos

Gescartera y los trajes de su inventor son chanca de mercadillo al lado de Kenneth Lay, el primer gran perverso financiero del siglo XXI. El presidente de Enron, con 100 millones de dólares en el bolsillo de uno de sus múltiples Armani, ha dejado a 20.000 empleados sin trabajo, ni acciones, ni pensión, mientras quizá la vergüenza oprimía el gatillo sobre la sien de uno de los ex directivos.

El listón de la decencia está cada día más bajo, pero todavía soportamos mal la ruindad de quien se ensaña con el débil, o el debilitado. Por eso fue doble el escándalo de Roldán rompiendo la hucha d...

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Gescartera y los trajes de su inventor son chanca de mercadillo al lado de Kenneth Lay, el primer gran perverso financiero del siglo XXI. El presidente de Enron, con 100 millones de dólares en el bolsillo de uno de sus múltiples Armani, ha dejado a 20.000 empleados sin trabajo, ni acciones, ni pensión, mientras quizá la vergüenza oprimía el gatillo sobre la sien de uno de los ex directivos.

El listón de la decencia está cada día más bajo, pero todavía soportamos mal la ruindad de quien se ensaña con el débil, o el debilitado. Por eso fue doble el escándalo de Roldán rompiendo la hucha de los huérfanos de la Guardia Civil o el de Camacho, embaucador de congregaciones (lo del ecónomo de Valladolid es otra cosa).

Desplumar ancianitos solitarios, quemar el quiosco o colar billetes falsos a un ciego, timarle la merienda a un niño, son actos tan canallas como aprovecharse de desgracias que añaden un plus de dolor y hacen bajar la guardia a la víctima.

Se dijo que bajo las Torres Gemelas yacía sepultado un fabuloso tesoro, que podría haber sido saqueado probablemente por algunos de los equipos de rescate, esos ángeles que se jugaron (y muchos perdieron) la vida durante el derrumbe. Nunca más se supo, aunque al final parece que los diamantes seguían allí, y que fue la mafia de la chatarra quien acabó abalanzándose sobre los escombros.

En el río revuelto de las guerras o las algaradas es habitual ver entre la hecatombe a gentes que corren de un lado a otro cargando una caja de leche, un televisor, o cualquier otro inverosímil objeto. El pillaje acompaña las catástrofes, y la necesidad empuja a los desesperados a desafiar ríos de lava o avalanchas de hielo.

Pero es simple codicia lo que mueve a otros, gentes con nómina y Seguridad Social: no será la primera vez que durante un accidente y el consiguiente traslado de heridos se pierden dineros y joyas. Tiene narices que, camino de la UVI, tengas que preocuparte por la arritmia, el reloj, y por salvar la piel... de la cartera.

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