Columna

Entronización

Por muchas ponencias con que se engalane el XIV Congreso del PP -y por muy apasionante que resulte para los ponentes el reto de desovillar ante la concurrencia el torzal retórico del patriotismo constitucional, las nuevas responsabilidades o la reforma de los estatutos-, el debate latente de las sucesiones es lo que marca la verdadera silueta de este evento diseñado sólo para la euforia. Este congreso se explica más entre líneas que por los discursos, quizá porque son los talantes personales, más que las grandes filosofías generales, los que definen las tendencias. En ese sentido, cualquier mo...

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Por muchas ponencias con que se engalane el XIV Congreso del PP -y por muy apasionante que resulte para los ponentes el reto de desovillar ante la concurrencia el torzal retórico del patriotismo constitucional, las nuevas responsabilidades o la reforma de los estatutos-, el debate latente de las sucesiones es lo que marca la verdadera silueta de este evento diseñado sólo para la euforia. Este congreso se explica más entre líneas que por los discursos, quizá porque son los talantes personales, más que las grandes filosofías generales, los que definen las tendencias. En ese sentido, cualquier movimiento producido en la ejecutiva cobra mayor significado del que pudiera tener en una situación política no acuciada por esa realidad inminente, que es la promesa de José María Aznar de no repetir como candidato, y que es la que, por la mímesis de la adhesión inquebrantable, determinó la de Eduardo Zaplana. Así, la ascensión ayer de Francisco Camps al rango de secretario ejecutivo y la caída de Esteban González Pons de una secretaría de área -aunque como portavoz del PP en el Senado se mantenga como vocal- podría interpretarse como una maniobra esclarecedora sobre quién ha de ser el sucesor de Zaplana. Y es posible que así sea, si en última instancia eso depende sólo del presidente de la Generalitat. Cierto es que Zaplana siempre ha mostrado su predilección por Camps -político de escaso sex appeal electoral, pero acaso con un gran potencial de manejabilidad por control remoto-, y no menos verdad es que de un tiempo a esta parte Zaplana ha derrochado su desdén hacia González Pons, a quien colmó de semiótica afectiva en el pasado congreso, cuando se le ha puesto a tiro. Al fin y al cabo Zaplana trata de asegurar su vida en el postzaplanismo, y los cristianos son una estructura en el partido frente a casi todo lo demás, que sólo son coyunturas sustentadas a base de afinidades personales, y por tanto sujetas a una gran solubilidad. Sin embargo, antes de dar por entronizado a Camps, habrá que esperar a la próxima remodelación del Consell, con la excusa del nuevo impulso del congreso, incluso puede que hasta principios de 2003, para que el tapado sea descubierto y escenificado.

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