TIROS LIBRES

Aburridos

La noticia no tenía desperdicio. Nike ha decidido romper su relación con Pete Sampras, ex número uno del tenis y con más titulos del Grand Slam que nadie. La razón aducida por la marca comercial no es su rendimiento deportivo, lejos de su mejor momento pero aún entre los mejores, sino su carácter, definido escuetamente como aburrido. El acuerdo empresarial va más allá de la anécdota y refleja el camino por el que va el deporte. Este negocio, pues como tal hay que considerarlo, no sólo toma en consideración los logros deportivos, sino también el talante.

Si partimos de la ba...

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La noticia no tenía desperdicio. Nike ha decidido romper su relación con Pete Sampras, ex número uno del tenis y con más titulos del Grand Slam que nadie. La razón aducida por la marca comercial no es su rendimiento deportivo, lejos de su mejor momento pero aún entre los mejores, sino su carácter, definido escuetamente como aburrido. El acuerdo empresarial va más allá de la anécdota y refleja el camino por el que va el deporte. Este negocio, pues como tal hay que considerarlo, no sólo toma en consideración los logros deportivos, sino también el talante.

Si partimos de la base de que las marcas deportivas suelen ser buenos termómetros de las apetencias sociales, llegamos a la conclusión de que el concepto entretener iguala y hasta supera al concepto básico en el que se sustentaba el deporte, la competición. Hace unos días pasó por aquí Magic Johnson. Lejos ya de sus días de baloncestista en activo, no ha perdido ni un ápice de su atractivo. La razón hay que buscarla en que sigue transmitiendo alegría y pasión por el juego, y ésta no descansa en su capacidad competitiva, limitada por la edad y los kilos, sino porque nos traslada al motor del tinglado: entretener entreteniéndose.

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Desgraciadamente, nuestro baloncesto olvida demasiado a menudo esta consideración. Metidos en la vorágine competitiva, atentos únicamente al resultado, nos olvidamos de que la sociedad también atiende a otros aspectos que no tienen necesariamente que ver con números, victorias y derrotas. Con una oferta de ocio cada día más numerosa y atractiva, sobre todo en las grandes ciudades, es complicado competir con un producto que cuesta en muchas ocasiones digerir por su falta de dinamismo, viveza y emoción. No es suficiente acumular victorias para preferir el baloncesto a una película. No es suficiente un juego duro y poco vistoso para gastarse el dinero. El aficionado necesita algo más, y todos lo sabemos, por lo que año tras año nos hacemos cruces y promesas de mejorarlo. Pero ahora que se cumple el primer acto de la temporada con el final de la primera vuelta, y la clasificación de ocho ilustres para la Copa, nos damos cuenta de que poco o nada ha cambiado en este aspecto. Sigue primando el aspecto minero del juego, el cumplimiento profesional por encima del disfrute personal. No es el buen camino y nunca está de más recordarlo.

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