Crítica:CRÍTICAS

Hombres y uniformes

Que la relación morbosa de buena parte de la sociedad alemana con el orden y sus símbolos puede desembocar -y ha desembocado- en dramas individuales y colectivos es algo bien conocido: desde el cuitado portero de hotel inventado por G. W. Murnau en su extraordinaria El último hasta el holocausto nazi, ahí están la historia, y las historias, para recordarlo. Y, sin embargo, tal vez para recordarnos que no sólo los alemanes tienen esa relación con los uniformes, con el poder, o que, si se mira de otra forma, todos somos (potencialmente) germanos, he aquí una paradoja aparente: la anécdota...

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Que la relación morbosa de buena parte de la sociedad alemana con el orden y sus símbolos puede desembocar -y ha desembocado- en dramas individuales y colectivos es algo bien conocido: desde el cuitado portero de hotel inventado por G. W. Murnau en su extraordinaria El último hasta el holocausto nazi, ahí están la historia, y las historias, para recordarlo. Y, sin embargo, tal vez para recordarnos que no sólo los alemanes tienen esa relación con los uniformes, con el poder, o que, si se mira de otra forma, todos somos (potencialmente) germanos, he aquí una paradoja aparente: la anécdota que sirvió de base para El experimento no ocurrió en Alemania, sino en Estados Unidos.

Allí, un grupo de científicos sociales intentó estudiar en directo qué ocurre cuando un grupo de hombres, voluntarios todos, bien remunerados y durante un tiempo limitado que conocen de antemano, es dividido entre carceleros y presos, una experiencia que, al igual que en la película, acabó como el rosario de la aurora.

EL EXPERIMENTO

Director: Oliver Hirschbiegel. Intérpretes: Moritz Bleibtreu, Christian Berkel, Oliver Storowski, Maren Eggert, Polat Dal. Género: drama. Alemania, 2000. Duración: 120 minutos.

Desde ese punto de partida, y con una treta inteligente -uno de los personajes es portador de una microcámara: sabe que está siendo permanentemente visto- que le permitió desdoblar la historia desde el análisis de las relaciones de poder hacia el comportamiento de quien se sabe visto, el debutante Oliver Hirschbiegel obtiene una rentabilidad indudable: por un lado, construye un artefacto hecho para pensar, para discutir sobre sus propuestas; por el otro, reproduce una aviesa, terrible versión personal de El gran hermano, esa inmensa metáfora sobre la visibilidad social de nuestro tiempo.

El experimento se inscribe, por tanto, en una tradición mayor, la de las películas hechas para provocar el debate social -cosa que logró ampliamente en su país: más de siete millones de espectadores y una enorme discusión en universidades e institutos sancionó positivamente el logro del director-.

La película tiene muchos puntos fuertes a su favor: la situación de partida, una minuciosa construcción psicológica de los personajes, la creación de un ambiente cerrado, asfixiante y angustioso que es, de lejos, lo mejor de la cinta.

Historia de amor

El resto es más objetable. Consciente de que necesita hacer respirar un poco a una narración tan encapsulada, el director se inventa una historia de amor que desemboca en una resolución absurda, por más que reconfortante para el espectador. E igualmente, y es éste un problema que El experimento comparte con tantos filmes contemporáneos, la escasa confianza de Hirshbiegel en la sutileza de su público le hace adoptar un final tan estridente como, en el fondo, innecesario.

A lo largo del filme ya ha quedado bien clara la vieja máxima de Hobbes de que el hombre es el lobo del hombre... por si aún hiciera falta recordarlo.

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