Columna

El entierro de la 'pinza'

La decisión de Izquierda Unida, anunciada el pasado jueves por su coordinador general en Andalucía, de 'dar por enterrada la pinza', ha sido la noticia política más relevante de esta semana.

Tal vez podría pensarse que la noticia no es tan nueva y que no merece siquiera la categoría de noticia, ya que hacía bastante tiempo que la pinza había dejado de operar y que los acuerdos del PP con IU habían dejado de ser un elemento del panorama político. Es también verdad que desde hace muy poco tiempo, pero de manera progresivamente más nítida, se estaba prefigurando un cambio de ...

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La decisión de Izquierda Unida, anunciada el pasado jueves por su coordinador general en Andalucía, de 'dar por enterrada la pinza', ha sido la noticia política más relevante de esta semana.

Tal vez podría pensarse que la noticia no es tan nueva y que no merece siquiera la categoría de noticia, ya que hacía bastante tiempo que la pinza había dejado de operar y que los acuerdos del PP con IU habían dejado de ser un elemento del panorama político. Es también verdad que desde hace muy poco tiempo, pero de manera progresivamente más nítida, se estaba prefigurando un cambio de estrategia en IU que no consistía simplemente en la vertiente negativa de rechazar acuerdos con el PP, sino en la que se incluía también la vertiente positiva de diseñar una política de encuentros en el interior de la izquierda. El anuncio del 'entierro de la pinza' por Diego Valderas no sería, en consecuencia, el anuncio de algo nuevo, sino la confirmación de algo ya conocido.

IU ha levantado la hipoteca que pesaba sobre la coalición para hacer política con credibilidad. Era la condición necesaria para instalarse de manera no marginal en el sistema político

Y sin embargo, no es así. No es lo mismo cambiar de estrategia, que anunciar formalmente que se ha cambiado de estrategia. Cambiar de estrategia es importante. Decir expresamente que se ha cambiado, lo es mucho más. Por varios motivos.

En primer lugar, porque supone reconciliarse con la realidad, es decir, reconocer abiertamente lo que en el pasado no se había querido reconocer. IU había sostenido de manera constante que la pinza no había existido, sino que había sido un invento del PSOE secundado por poderosos medios de comunicación. Los dirigentes de IU han estado presentando a lo largo de años como prueba de la inexistencia de la pinza la coincidencia en mayor número de ocasiones en votaciones parlamentarias del PP y del PSOE que del PP e IU, como si lo decisivo fuera el número de coincidencias y no los temas y las ocasiones en las que se había coincidido. Que dicha prueba no probaba nada, es decir, que nadie la reconocía como tal, es algo que todos los sondeos ponían reiteradamente de manifiesto. La pinza no era un invento de nadie, sino que era el resultado de estrategias políticas pactadas por las direcciones del PP e IU. Esto es lo que los ciudadanos por mayoría abrumadora decían una y otra vez en los sondeos y lo que los ciudadanos andaluces dijeron con toda claridad en las elecciones autonómicas de 1996 y 2000. Es el rechazo de la pinza y nada más que dicho rechazo lo que explica la reacción del cuerpo electoral andaluz en 1996, tras las elecciones autonómicas de 1994 y las municipales de 1995.

En segundo lugar, porque la pinza no sólo existió, sino que fue, además, un error inmenso para IU. Para el PP ha tenido una rentabilidad enorme. Pero para IU fue una estrategia ruinosa en todo tipo de consultas: europeas, estatales, autonómicas y municipales. No sólo vio reducida casi a la tercera parte su representación en los parlamentos europeo, nacional y autonómico, sino que perdió las alcaldías de Málaga y Córdoba, entre otras, en 1995.

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Sin el reconocimiento del error de la pinza IU no podía hacer política con credibilidad. Sin una explicación convincente del pasado no se puede pretender hacer política en el presente y hacia el futuro. En política, como en la vida en general, antes de pedir un nuevo crédito y de que te lo concedan, hay que haber pagado el crédito anterior. IU tenía pendiente una deuda con el electorado que lo votó de manera significativa en 1994 en las elecciones europeas y autonómicas y en 1995 en las municipales. En esas dos consultas los ciudadanos andaluces concedieron un crédito muy amplio a IU. No se lo dieron para que lo invirtiera en la pinza, que es lo que acabó haciendo. Esta es la razón por la que IU tenía que reconocer su error para intentar siquiera poder volver a dirigirse a dicho electorado. No bastaba con cambiar de facto de estrategia. Tenía que hacerlo también de iure. La solicitud de cualquier nuevo crédito electoral exigía previamente una decisión como la dada a conocer esta semana.

Comprendo que para la dirección de IU debe haber sido extraordinariamente difícil adoptar esta decisión. Reconocer el error es difícil en general, pero lo es todavía más en política. Por eso es tan infrecuente. La tendencia natural es la de enmascararlo, argumentando que tal vez no se ha sabido transmitir la propia posición y que, quizás por eso, no ha sido entendida por los ciudadanos. El error no habría estado en la política practicada, sino en la forma de transmitirla a la sociedad.

Este tipo de explicaciones no suele servir para nada. Los ciudadanos suelen entender perfectamente qué tipo de política ponen en práctica los diferentes partidos. Por acción, por omisión o por ambigüedad. Se orientan perfectamente, a pesar de que a veces muchos de ellos no sean capaces de expresarlo con palabras de manera clara. De ahí que, en circunstancias normales, sea muy difícil engañar al cuerpo electoral. Y lo que es seguro es que al cuerpo electoral se le engaña una vez, pero no dos. Cada uno de nosotros puede tropezar dos veces en la misma piedra, pero el cuerpo electoral no lo hace nunca. Si así fuera, la democracia no sería una forma política viable.

Quiere decirse, pues, que IU ha levantado la hipoteca que pesaba sobre la coalición para hacer política con credibilidad. Era la condición necesaria para instalarse de manera no marginal en el sistema político andaluz. De momento no es nada más que eso. No es poco.

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