Crítica:

Pintar un cuadro

La mirada distraída que, según Walter Benjamin, corresponde al tempo de la ciudad moderna se ha ido acelerando hasta marcar el ritmo vertiginoso que nos ofrece los cambios de plano de los anuncios televisivos y que se ha proyectado también sobre la contemplación de las obras de arte, de tal manera que se puede ver el conjunto de las obras de un museo en sólo una hora, dedicando poco más de un segundo a cada cuadro. Hay que reconocer que este tipo de contemplación de la pintura resulta frustrante para cualquier artista. Tal vez por esta razón, Eduardo Gruber (Santander, 1949) presenta ah...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La mirada distraída que, según Walter Benjamin, corresponde al tempo de la ciudad moderna se ha ido acelerando hasta marcar el ritmo vertiginoso que nos ofrece los cambios de plano de los anuncios televisivos y que se ha proyectado también sobre la contemplación de las obras de arte, de tal manera que se puede ver el conjunto de las obras de un museo en sólo una hora, dedicando poco más de un segundo a cada cuadro. Hay que reconocer que este tipo de contemplación de la pintura resulta frustrante para cualquier artista. Tal vez por esta razón, Eduardo Gruber (Santander, 1949) presenta ahora un solo cuadro en exposición.

Delante del cuadro el artista ha colocado una silla que, por estar exenta y ocupando una posición central con respecto al espacio de la galería, invita a sentarse. Sin duda alguna, la actitud de presentar un único cuadro se puede interpretar como un acto de arrogancia por parte del artista, sobre todo si en la presentación del cuadro se insinúa que éste mantiene relaciones intencionales con la Rendición de Breda, de Velázquez. Ciertamente, Gruber 'no mejora el original' velazqueño, tampoco lo pretende, pero sí parece interesante que un artista abstracto, de pincelada expresionista, intente establecer una genealogía plástica y unas referencias emocionales que presuponen una voluntad y una intención. Esta intención no es ciertamente formal, ya que el cuadro de Gruber no plagia, imita o interpreta el cuadro velazqueño, sino que se trata de insinuar una afinidad plástica, ya que hay algo en la pincelada o en la manera de velar unos colores con otros que apuntan hacia la complicidad entre pintores.

EDUARDO GRUBER

Pintura Galería Aele. Puigcerdá, 2. Madrid Hasta el 12 de enero de 2002

El título del cuadro nos proporciona otra pista ya que parece hacer referencia a las ciudades invisibles de Italo Calvino, un juego retórico que atañe a la propia función de la pintura que es hacer visible lo inefable. El espectador puede creer encontrar esa utópica ciudad en unas formas de rigidez geométrica que se pueden asimilar a torres arquitectónicas y que, carentes de color, contrastan con la exuberancia cromática del resto del cuadro.

Archivado En