Columna

Signos

Todos los seres humanos, todas las épocas, han tenido alguna vez la sensación de que la verdad fluye bajo las apariencias del mundo, de que nada es lo que parece ser y de que la realidad obedece a un mecanismo oculto y difícil de desentrañar. El hombre medieval pensaba que la realidad era un libro oculto, cuyas páginas podían vislumbrarse en los signos de la naturaleza. Así nació la astrología y la quiromancia, que enseñaban a leer la verdad en la disposición de los astros o en las sinuosas líneas de la mano. El hombre moderno inventó el Psicoanálisis y el Marxismo, y creyó que el subconscient...

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Todos los seres humanos, todas las épocas, han tenido alguna vez la sensación de que la verdad fluye bajo las apariencias del mundo, de que nada es lo que parece ser y de que la realidad obedece a un mecanismo oculto y difícil de desentrañar. El hombre medieval pensaba que la realidad era un libro oculto, cuyas páginas podían vislumbrarse en los signos de la naturaleza. Así nació la astrología y la quiromancia, que enseñaban a leer la verdad en la disposición de los astros o en las sinuosas líneas de la mano. El hombre moderno inventó el Psicoanálisis y el Marxismo, y creyó que el subconsciente y la lucha de clases eran los resortes sumergidos que explicaban los comportamientos individuales y los movimientos sociales que se veían en la superficie.

El hombre posmoderno también tiene la sensación de que vive en un mundo de falsas apariencias, dirigido por fuerzas desconocidas, aunque más tangibles. Los encargados de interpretar hoy los signos de la verdad son los analistas políticos, los politólogos (qué horror), que han aprendido a leer en el monótono discurrir de la política las manifestaciones de la verdadera realidad. Así, donde los demás sólo vemos una visita de estado o un tedioso discurso institucional, los politólogos perciben la marea que mueve el mundo. Los analistas políticos nos han enseñado a leer entre líneas o, como decía El Roto no hace mucho en una de sus viñetas, a leer entre escombros. Cuando Estados Unidos dice que no ha encontrado a Bin Laden entre las ruinas de Afganistán, emite el vídeo que lo inculpa, y reaviva una parte del horror -sólo una parte- con imágenes inéditas de las Torres Gemelas, lo que quiere decir es que piensa aprovechar el despliegue de sus tropas para llevar a cabo esas invasioncillas, largamente deseadas, que nunca se habrían producido sin un providencial 11 de septiembre.

En nuestra política nacional, por poner un ejemplo más tonto, cuando Aznar ensaya un remedo de sonrisa, todo el mundo -politólogos, ornitorrincos y otorrinolaringólogos- se echa a temblar porque ese gesto es el signo que anticipa acontecimientos tenebrosos. Y al contrario: su gesto de contrariedad es siempre interpretado con júbilo, porque indica que alguien ha descubierto una implicación política más en el oscuro asunto de Gescartera.

Otro ejemplo: la incapacidad de las todopoderosas compañías eléctricas para producir la energía que necesita un minúsculo país llamado España. ¿Qué realidad se oculta tras el anuncio de que Sevillana reduce el suministro a 30 grandes industrias para evitar los apagones en Andalucía? ¿Por qué esa insistencia de las últimas semanas en las marcas históricas de consumo eléctrico? No creo que se trate simplemente de justificar una subida de tarifas. Aunque se nos haya amenazado con facturas más caras, el amago sólo ha servido para que el Gobierno se oponga, y parezca así un firme defensor del interés público. Tiendo a pensar, como un politólogo paranoico, que las compañías eléctricas y el gobierno están preparando el terreno para que la población, aterida de frío, abrace sin reservas el olvidado calorcito de nuevas centrales nucleares.

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