Columna

Naranja

A pesar de que la agricultura apenas representa el 3% de nuestro Producto Interior Bruto, la naranja todavía es el logotipo más sólido del imaginario valenciano. Aunque desde hace 40 años los valencianos exportan más productos industriales que agrícolas, el cultivo del naranjo y su universo, siguen proporcionando el sistema de referentes más efectivo para la movilización y reconocimiento del pueblo valenciano, lo que quizá explique por qué los mayores propietarios de cítricos son Lladró y Porcelanosa. Sólo hay que considerar la textura de la manifestación de ayer en Valencia contra el bloqueo ...

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A pesar de que la agricultura apenas representa el 3% de nuestro Producto Interior Bruto, la naranja todavía es el logotipo más sólido del imaginario valenciano. Aunque desde hace 40 años los valencianos exportan más productos industriales que agrícolas, el cultivo del naranjo y su universo, siguen proporcionando el sistema de referentes más efectivo para la movilización y reconocimiento del pueblo valenciano, lo que quizá explique por qué los mayores propietarios de cítricos son Lladró y Porcelanosa. Sólo hay que considerar la textura de la manifestación de ayer en Valencia contra el bloqueo de las clementinas por el gobierno de los Estados Unidos, la implicación de los transeúntes y el grado de transversalización alcanzado entre productores, recolectores, exportadores y espectadores. Esa luz muerta, que mueve más de 300.000 millones de pesetas anuales, continúa iluminando nuestro país, pese a que el rasgo económico más definitorio de los valencianos sea la producción industrial de bienes de consumo. Y sin que la sociología haya aportado aún una explicación solvente y alejada de los prejuicios y desdenes propios de la coreografía del introspectivismo de fijación catalanista. En los años sesenta, Joan Fuster, mirándose en el espejo de Cataluña, caricaturizó el movimiento económico de la naranja bajo la premisa de que sólo la industria producía una burguesía culta capaz de catalizar con su obra una conciencia de identidad en la sociedad. Por el contrario, la naranja sólo habría producido empresarios cocidos en su propia salsa, sin capacidad para otros efectos colectivos que no fueran la folclorización de la sociedad. Sin embargo, no ha habido un solo empresario industrial, ni entre la oligarquía de las fundiciones alcoyanas o en el textil 'por elegir el núcleo más manchesteriano de nuestro territorio', que se haya comportado como un burgués catalán de estereotipo fusterista. Y en cambio, un naranjero de Burriana como Vicente Cañada Blanch, a tenor de los hechos, ha ido mucho más lejos. Dicho sea para alegrar la Navidad.

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