Crítica:

El alma desnuda del color

Menos mitificado en el devenir de la posteridad de lo que la fortuna ha deparado a figuras como Pollock o Rothko, Adolph Gottlieb (1903-1973) fue, al igual que ellos, otro de los referentes básicos del núcleo estelar que protagonizó el legendario episodio del expresionismo abstracto neoyorquino. Como ya hizo hace un par de temporadas, en una muestra igualmente extraordinaria, la galerista Elvira González vuelve a depararnos aquí un nuevo y bien memorable reencuentro con la obra de Gottlieb, a partir de una selección que se centra en la década que culmina la evolución final de la trayectoria de...

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Menos mitificado en el devenir de la posteridad de lo que la fortuna ha deparado a figuras como Pollock o Rothko, Adolph Gottlieb (1903-1973) fue, al igual que ellos, otro de los referentes básicos del núcleo estelar que protagonizó el legendario episodio del expresionismo abstracto neoyorquino. Como ya hizo hace un par de temporadas, en una muestra igualmente extraordinaria, la galerista Elvira González vuelve a depararnos aquí un nuevo y bien memorable reencuentro con la obra de Gottlieb, a partir de una selección que se centra en la década que culmina la evolución final de la trayectoria del pintor.

Telas fechadas entre 1961 y 1973 corresponden al momento en el que el gran artista americano ha dejado ya bien atrás la compulsión sígnica de las pictografías asociadas a su irrupción histórica en la década de los cuarenta, para centrar definitivamente la cadencia del trabajo ulterior en la senda de los 'campos de color'. Según afirmaba el pintor, en una entrevista realizada por Jeanne Siegel hacia finales de los sesenta, ese tránsito supondría asimismo el salto desde la indiferenciada expansión all over de la obra temprana a la determinación de los puntos focales específicos que orientan la mirada en esa otra espacialidad sublime de lo que el propio Gottlieb habría de bautizar como 'paisajes imaginarios'.

ADOLPH GOTTLIEB

Pintura. Galería Elvira González General Castaños, 9. Madrid Hasta el 12 de enero de 2002

Sonora y magistral exaltación sensible del color, pues, confines visionarios que despojan la dialéctica entre fondo y motivo hacia su raíz más esencial -del encuentro de dos áreas tonales en un eco de horizonte al rumor unificado en el campo monocromo, de la gestualidad todavía exaltada a esa escueta dicción final que segmentos y discos obtienen en las composiciones tardías-, el camino dibujado por la exposición nos conduce en pos de ese viaje que la pintura de Gottlieb concluye justo en el límite del propio silencio.

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