Crítica:ARTE DE REGALAR

Oriente y Occidente, la armonía necesaria

Los extremos se tocan. Y suenan. Mientras la infamia del 11 de septiembre ha despertado a más de un berlusconi y un ayatolá dispuestos a proclamar la superioridad de su civilización, cada vez son más los músicos occidentales que han decidido mirar al Este para inspirarse. El atractivo de unas estructuras musicales frescas y aún poco exploradas -microtonos, ritmos circulares, escalas pentatónicas- se ha convertido en una gasolina creativa de elevado octanaje. De la misma manera, artistas llegados de muy lejos deciden afincarse en Europa (con Londres como epicentro del fenómeno) y ...

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Los extremos se tocan. Y suenan. Mientras la infamia del 11 de septiembre ha despertado a más de un berlusconi y un ayatolá dispuestos a proclamar la superioridad de su civilización, cada vez son más los músicos occidentales que han decidido mirar al Este para inspirarse. El atractivo de unas estructuras musicales frescas y aún poco exploradas -microtonos, ritmos circulares, escalas pentatónicas- se ha convertido en una gasolina creativa de elevado octanaje. De la misma manera, artistas llegados de muy lejos deciden afincarse en Europa (con Londres como epicentro del fenómeno) y mezclan los sonidos de su tierra con otros que les eran ajenos, en particular el trasiego de la electrónica. De ahí han surgido nombres como los de Natacha Atlas, Nitin Sawhney, Temple of Sound o Talvin Singh, algunos de los personajes que más están dando que hablar en los circuitos de las (mal) llamadas músicas del mundo.

En el acercamiento al lejano Oriente se ha dejado ver el influjo, y hasta la fascinación, por las religiones de aquellas latitudes. Hace pocos el álbum Mantra Mix, en beneficio de los refugiados tibetanos, combinaba las oraciones del Dalai Lama con temas cedidos para la ocasión por Madonna, Sinead O'Connor, Peter Gabriel, David Byrne, REM, Travis, Suede o Fatboy Slim.

Pero el componente espiritual no es condición sine qua non. El anhelo de encontrar nuevos campos de expresión está permitiendo hallazgos tan notables como los de Nitin Sawhney, un indio afincado en el este de Londres que en su último disco, Prophesy, hermana el latido de la tabla con el soul británico, el drum and bass, los arreglos orquestales o la guitarra flamenca de José Miguel Carmona. La deslumbrante imaginación de Sawhney ha eclipsado un tanto a otro de los grandes instigadores del llamado asian underground, Talvin Singh, cuyo segundo disco (Ha) quizá no esté a la altura de su celebrado Ok.

El cetro femenino de los orientales en Londres lo ocupa desde hace tiempo la intrigante Sheila Chandra, que tras cuatro años de paréntesis tiene ahora en las tiendas su disco This sentence is true (The previous sentence is false). Su hipnótica voz ha encontrado sucesión en la de la portentosa Susheela Raman, una muchacha de 28 años que firma uno de los álbumes más hermosos del año, Salt rain. Susheela conjuga las ragas indias con los temas en inglés y hasta con una versión de Tim Buckley, Song to the siren.

El encantamiento musical entre Oriente y Occidente es recíproco. Una vez roto el hielo, es posible encontrar las hechicerías electrónicas de Temple of Sound (antiguos integrantes de Transglobal Underground) entrelazadas con el canto desgarrado paquistaní de Rizwan-Muazzam Qawwali, los sobrinos del inolvidable Nusrat Fateh Alí Khan. El resultado es un trabajo absorbente, People's colony Nº 1, incluido en el catálogo de Real World, el sello de Peter Gabriel. Por el mismo motivo, la egipcia Natacha Atlas, también proveniente de la factoría Transglobal Underground, se atreve en Oyeshteni con insólitas lecturas orientalizantes del Ne me quitte pas de Jacques Brel.

También en el contexto islámico merece especial atención el proyecto Dar Beida 04, en alusión al nombre árabe de Casablanca y el número del barrio donde más alborotada resulta ser la vida nocturna. Encabezado por los programadores Pat Jabbar y Abderrahim Akkaoui, su disco Impiria consequential es una extenuante mezcla de tecno, trance, música tradicional y raï, con voces invitadas como las de la propia Natacha Atlas, Sapho, las jóvenes Aisha al Majjad y Amina Ray, y, caramba, la rediviva Nina Hagen.

Las fronteras se difuminan. Lo atestigua algún reciente recopilatorio (Ground zero, por ejemplo) y se confirma en otros territorios limítrofes y desprejuiciados, como los del jazz. Así, andan escribiéndose maravillas de personajes como el tunecino Dhafer Youssef, de 34 años, cantante e intérprete de oud (laúd árabe) que en su segundo disco, Electric sufi, mezcla espiritualidad, sutiles pinceladas tecnológicas y colaboradores como el trompetista Markus Stockhausen. Con obras como ésta, las viejas clasificaciones musicales por continentes acabarán definitivamente en la papelera.

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