Columna

Piano

EN EL LIBRO Hammerklavier (Anagrama), titulado así por ser ésta la forma coloquial de denominar la Sonata para piano en si bemol mayor, opus 106, de Beethoven, Yasmina Reza, su autora, evoca el fallido esfuerzo de su padre moribundo por interpretar el adagio de esta endiablada obra maestra. Es uno de los retazos autobiográficos que allí conjuga Reza para expresar la desazón melancólica que le produce el paso del tiempo, o, si se quiere, para manifestar la conciencia progresiva de la muerte ineluctable. La rememoración de los últimos momentos de su padre, con los que empiez...

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EN EL LIBRO Hammerklavier (Anagrama), titulado así por ser ésta la forma coloquial de denominar la Sonata para piano en si bemol mayor, opus 106, de Beethoven, Yasmina Reza, su autora, evoca el fallido esfuerzo de su padre moribundo por interpretar el adagio de esta endiablada obra maestra. Es uno de los retazos autobiográficos que allí conjuga Reza para expresar la desazón melancólica que le produce el paso del tiempo, o, si se quiere, para manifestar la conciencia progresiva de la muerte ineluctable. La rememoración de los últimos momentos de su padre, con los que empieza el libro, son de un patetismo conmovedor, no sólo por la emotividad con que relata el cómico fracaso de su progenitor ante las teclas del piano, sino por la descripción que hace de su cuerpo enfermo, inspirada en lo que le fue diciendo su propio padre, mientras le enseñaba, con sarcasmo, cada estrago físico por él padecido, una revelación que sólo se hace ante quien nos ama de verdad.

En la laureada película franco-austriaca, La pianista, de Michael Haneke, una profesora de piano del Conservatorio de Viena, Erika Kohut, interpretada con escalofriante perfección por Isabelle Huppert, lleva hasta el extremo una aparente doble vida: la artística, a la que está entregada profesionalmente, y la de su reprimida libido, que la arrastra con sigilo a los lugares más sórdidos donde se consume pornografía. Aplastada por el dominio de una implacable madre castradora, con la que convive con resignada complacencia, esta virtuosa de la interpretación, ya rebasada la edad de los cuarenta, podría haberse mantenido hasta el final de su atribulada existencia en el filo de la navaja de lo más sublime y lo más execrable, extremos antitéticos, aunque, en el fondo, íntimamente interrelacionados; pero ocurre lo irreparable, cuando el inesperado roce de la vida exterior provoca el devastador cortacircuito entre los dos polos cuando se tocan. El desamparo y el dolor de esta mujer finalmente desmoronada son tan conmovedoramente intensos que no podrían explicarse sino con la música honda y trágica de su admirado Schubert, el artista más romántico.

En uno de los episodios de su relato autobiográfico antes citado, Hammerklavier, Reza, con la excusa de ridiculizar un libro erótico de moda, donde se exalta la saludable satisfacción de los apetitos sexuales más triviales, se refiere al amor como un pozo insondable y declara: 'A la ladera oscura del amor, la única en la que es posible perderse, llegaré en secreto y en silencio, ya que no habrá placer que no sea soledad ni éxtasis que no sea Dolor'. Es una declaración musical muy romántica, que, a mi juicio, debería ser compuesta para interpretarse a piano, el instrumento capaz de expresar en solitario el íntimo diálogo entre el amor y la muerte.

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