Columna

Emma Bonino

Siempre me ha gustado Emma Bonino. Desde la primera vez que la vi en televisión, hace años, me ha gustado su talante natural, su aspecto, sus gafas, su tono de voz, el español tan bien hablado que promete el dominio de otros idiomas, y, por supuesto, lo que dice. Desde entonces he podido verla en la pequeña pantalla bastantes veces y nunca me ha decepcionado sino todo lo contrario, me ha intranquilizado por sus mensajes y testimonios tan certeros como molestos por su cruda realidad; verdades que necesitamos que nos repitan porque tendemos a mirar para otro lado y olvidarlas, realidades por las...

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Siempre me ha gustado Emma Bonino. Desde la primera vez que la vi en televisión, hace años, me ha gustado su talante natural, su aspecto, sus gafas, su tono de voz, el español tan bien hablado que promete el dominio de otros idiomas, y, por supuesto, lo que dice. Desde entonces he podido verla en la pequeña pantalla bastantes veces y nunca me ha decepcionado sino todo lo contrario, me ha intranquilizado por sus mensajes y testimonios tan certeros como molestos por su cruda realidad; verdades que necesitamos que nos repitan porque tendemos a mirar para otro lado y olvidarlas, realidades por las que deberíamos luchar a su lado. Y todo eso lo dice con las palabras precisas, sin irse por las ramas, sin demagogia y sin decir ninguna tontería, que ya es mérito.

También creía que era una personalidad relevante que todo el mundo conocía; hasta que el viernes pasado fui a la Universidad de Sevilla para oírla en un acto de apoyo a las mujeres afganas. Sabía que tendría lugar en la Facultad de Derecho y, para confirmar que fuera en el Aula Magna, le pregunté a tres estudiantes que encontré por el camino y los tres me hicieron repetir el nombre encogiendo el rostro con extrañeza. '¿Quién?'. 'Emma Bonino'. Por fin, la tercera universitaria fue más perspicaz, se le ocurrió que aquel nombre extraño podía estar relacionado con las conferencias sobre la mujer afgana y me ratificó el lugar. El Aula Magna estaba medio vacía y poca gente pudo oír los relatos espeluznantes de la vida tan miserable que han soportado esas mujeres a las que ahora se les ve la cara de cuando en cuando e incluso trabajando en los hospitales o como locutoras de los telediarios; pero eso que celebramos como una conquista ellas lo ven en el aire y temen volver a la situación anterior con el próximo gobierno.

Y es que, como dijo Bonino -que nos lleva avisando sobre esa tragedia desde hace tiempo- hay que pensar y ocuparse de solucionar los problemas a medio y a largo plazo, porque si no, en cuanto surge un imprevisto, que suele surgir con mucha frecuencia, cambiamos de panorama, dejamos el anterior cosido con un hilván y si te vi no me acuerdo. Tal como ha ocurrido con Kosovo.

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