FÚTBOL | La resaca de la jornada

Rechazo del catetismo

Uno de los cambios más visibles en nuestro fútbol es la preponderancia de los entrenadores españoles en la Liga. Parece natural en un país con una larga pasión por este juego y una historia que le ha procurado numerosos éxitos, al menos en lo que se refiere a los clubes. Lo lógico, como ocurre en Italia, es que los primeros clasificados estén dirigidos por técnicos nativos. Y así sucede con Irureta (Deportivo), Mané (Alavés), Juande Ramos (Betis), Rexach (Barcelona) y Benítez (Valencia). Son los entrenadores de los cinco equipos que encabezan el campeonato, la selecta representación de una Lig...

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Uno de los cambios más visibles en nuestro fútbol es la preponderancia de los entrenadores españoles en la Liga. Parece natural en un país con una larga pasión por este juego y una historia que le ha procurado numerosos éxitos, al menos en lo que se refiere a los clubes. Lo lógico, como ocurre en Italia, es que los primeros clasificados estén dirigidos por técnicos nativos. Y así sucede con Irureta (Deportivo), Mané (Alavés), Juande Ramos (Betis), Rexach (Barcelona) y Benítez (Valencia). Son los entrenadores de los cinco equipos que encabezan el campeonato, la selecta representación de una Liga que cuenta con una masiva presencia de técnicos locales: 17 sobre 20. Parece natural en un fútbol de hondas raíces, pero es demasiado novedoso como para dejarlo pasar por alto.

Dice bien Del Bosque que no conviene caer en nacionalismos absurdos y que el fútbol español se ha beneficiado del trabajo de grandes entrenadores extranjeros. Pero tampoco conviene obviar la realidad, y ésta dice que se ha producido un cambio radical en el paisaje de la Liga. ¿De dónde procede esta predilección por los técnicos españoles? Probablemente de una reflexión ideológica que no existía hace 20 años, cuando nuestro fútbol estaba tan huero de propuestas que todo se reducía a esa imbecilidad de la furia. O sea, a la negación de las ideas. Quizá esa tendencia a negar el pensamiento en el fútbol estaba relacionado con el terror del franquismo a permitir el más mínimo ámbito para el debate. En el fútbol o en cualquier otra actividad social.

En muchos aspectos, el fútbol español era un desierto. La pasión de la gente por el juego no estaba correspondida por un campo teórico, por una cultura escrita, por una reflexión sobre el estilo. Ese erial favorecía el catetismo tanto en el fútbol como en sus aledaños, donde, por ejemplo, hacían fortuna determinados popes de la comunicación que no tenían nada que decir y que derivaban las cosas del fútbol hacia el tremendismo. Y todo por evitar cualquier debate sobre la naturaleza del juego y su riqueza de matices. El simple hecho de debatir sobre el fútbol implicaba introducir el pensamiento en una actividad que interesaba a millones de aficionados. De ahí que las fuerzas más retrógadas pretendieran eliminar cualquier signo de inteligencia. Por eso detestaron la llegada de Valdano a las tribunas de prensa: porque cuestionaba el pensamiento único, o la falta de pensamiento, y porque ponía en peligro su corralito.

Al impagable papel de Valdano como agitador de ideas, se añadió la larga hegemonía de la Quinta del Buitre y lo que representó: el gusto por el buen fútbol y la elección de un estilo radicalmente contrario a la nadería de la furia. Por supuesto, la Quinta sufrió el acoso atroz de los inmovilistas más sectarios. Pero ya nada pudo detener a Cruyff, el hombre que culminó la revolución. Desde Cruyff no hay duda hacia donde va nuestro fútbol y hacia donde van los nostálgicos del catetismo. Por lo visto, los entrenadores también han tomado nota.

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