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'EL HECHO DE ESTAR buscando algo que no puedo encontrar / hace que me sienta extrañamente satisfecha. / Me llena de tiempo'. Así se imagina la poeta canadiense Anne Michaels la zozobra que atosigó a la pintora alemana Paula Modersohn-Becker (1876-1907), atrapada entre el ansia y la voluntad, entre la maternidad y la pintura. Lo hace en un poema que se titula con el nombre de la artista, incluido en el libro El peso de las naranjas & Miner's Pond (Bartleby), editado en nuestra lengua con dibujos de John Berger. Casada con el pintor Otto Modersohn en 1901, Paula abandonó la colonia de art...

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'EL HECHO DE ESTAR buscando algo que no puedo encontrar / hace que me sienta extrañamente satisfecha. / Me llena de tiempo'. Así se imagina la poeta canadiense Anne Michaels la zozobra que atosigó a la pintora alemana Paula Modersohn-Becker (1876-1907), atrapada entre el ansia y la voluntad, entre la maternidad y la pintura. Lo hace en un poema que se titula con el nombre de la artista, incluido en el libro El peso de las naranjas & Miner's Pond (Bartleby), editado en nuestra lengua con dibujos de John Berger. Casada con el pintor Otto Modersohn en 1901, Paula abandonó la colonia de artistas de Worpswede, donde convivían, para trabajar, en solitario, en París. Amiga de la escultora Clara Westhoff, esposa de Rilke, se sintió fascinada por la poesía de éste y por la escultura de Rodin. Al final, creyó colmar los divergentes impulsos de la vida y el arte: 'No es que la pintura capture la luz, / sino que la luz brota libre de la pintura'. Pintaba maternidades como cinceladas por la luz. 'Entonces creía enloquecer / mis dos vidas, simultáneas. / Dos blancos: nieve sobre los abedules'. Regresada, por fin, al hogar, Paula Modersohn-Becker murió el 21 de noviembre de 1907 en Worpswede, a los 31 años, de un ataque al corazón tras dar a luz a una hija. De Rilke había aprendido que debíamos ganarnos la muerte, pero ella nos enseñó que 'todo cuadro es una forma de decir adiós'.

Para Lunia Czechowska, una emigrante rusa que tuvo un encuentro amoroso con Modigliani en 1917, el gran sueño de éste era 'esculpir un templo de mujeres, / los pilares de la ternura que según él / sostenían el mundo. / En lugar de eso, sus desnudos. Fuera del tiempo y el espacio; / nada de fruta, de flores o de mobiliario, / sólo la sensualidad del cuerpo, / la certeza del placer'. Llorado por las mujeres, a las que siempre abandonó, Modigliani murió, extenuado, tres años después. Al final del poema Piedra, Anne Michaels escribe a modo de epitafio: 'Retener todo lo que no puedes'.

Pero aún Anne Michaels se adentra en otros conflictos: el del último Renoir comprendiendo que no hay que moverse por el mundo, porque éste se mueve en nuestro interior, y estando él ya, por completo inmovilizado, con sus enfundadas manos artríticas de las que pendía un pincel como un garfio, poseído por el suspiro secreto de modelar la arcilla; el del último Pieter Brueghel, que no sabe con qué luz quedarse, la de su país o la de Italia, porque su corazón está en todos los sitios; el del pintor canadiense Jack Chambers (1931-1978), que 'encallaba las cosas con su sentido de la luz, / dejándoles el alma dentro'.

Los conflictos del arte no tienen solución: 'Hay un fracaso en cada intento'. A esta íntima revelación silenciosa tan sólo llega la poesía, cuya elocuencia continúa cuando ya no se consigue hablar con la piel: 'Rilke diría que es incluso más íntimo, / el instante en que las palabras se transforman en pintura, / brincando desde su garganta a mi ojo interior'.

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