Columna

El Roto

Sí, éste de aquí al lado; ese tipo al que hago referencia siempre que me preguntan por la ubicación exacta de esta columna: 'Al lado de El Roto', digo, y no digo más porque también la respuesta es invariable: '¡Ah, al lado de El Roto!'. En ese breve diálogo, en el tono que adoptan esas dos frases de apariencia simple está lo que El Roto significa culturalmente (seguro que él va a odiar este término: ojalá tuviera su talento para saber decir lo que quiero decir sin tener que recurrir a ciertas palabras). Significa una referencia clara como un faro, necesaria como la conciencia. Cuando yo digo e...

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Sí, éste de aquí al lado; ese tipo al que hago referencia siempre que me preguntan por la ubicación exacta de esta columna: 'Al lado de El Roto', digo, y no digo más porque también la respuesta es invariable: '¡Ah, al lado de El Roto!'. En ese breve diálogo, en el tono que adoptan esas dos frases de apariencia simple está lo que El Roto significa culturalmente (seguro que él va a odiar este término: ojalá tuviera su talento para saber decir lo que quiero decir sin tener que recurrir a ciertas palabras). Significa una referencia clara como un faro, necesaria como la conciencia. Cuando yo digo esa frase, la digo con un orgullo sin pudor y con una satisfacción humilde pero ajena a la modestia: publicar en la mejor página del periódico, aparecer al lado de El Roto es un privilegio. Es más, no soy la única que considera, con todos los respetos, que la mayoría de las veces el periódico podría consistir, exclusivamente, en la viñeta de El Roto. Sujetos los medios a las leyes del mercado, de las instituciones y de la corrección, su viñeta es algo así como el editorial imposible, un editorial absolutamente libre.

El Centro Cultural Círculo de Lectores ha presentado una exposición con los dibujos originales de El pabellón de azogue, el libro de El Roto que recientemente ha preparado esa editorial. En un diálogo entre el autor y Felipe Hernández Cava, especie de prólogo al catálogo de la misma, El Roto deja clara su relación, lejana, con el humor (siempre nos pareció muy serio) y se declara identificado con la sátira. Es entonces cuando Hernández Cava recuerda: 'En la sátira se acepta que hay un papel, por parte del artista, de censura de aspectos de la sociedad en la que está inmerso. Y eso le convierte, a mi modo de ver, en un moralista, término que socialmente tiene hoy connotaciones harto peyorativas, incomprensiblemente desde mi punto de vista'; contesta El Roto: 'Sí, no cabe duda de que el dibujante satírico es un agente moral de una sociedad determinada, moral o ético, porque tampoco distingo claramente ambos calificativos. Es un agente moralizador de una sociedad que ejerce un papel muy determinado, yo creo que socialmente saludable, zahiriendo ciertos comportamientos que van en contra de lo que se entiende por bien común... Considero que la sátira tiene una cierta relevante función social, que hoy es menor quizá porque los medios de comunicación actuales cuando se acercan a ella... dejan de lado esa vertiente censora y moralizadora que le es propia'. Cito tan largo porque ha aparecido un término que nos ha causado muchos problemas en las últimas décadas, un término que ya echábamos en falta: moral.

El Roto es un artista del pensamiento, y si alguien tiene dudas sobre la vigencia de un sistema de valores que pudieran distribuirse entre el bien y el mal, no tiene más que acercarse a sus dibujos: la explotación de los pobres, la violencia contra los animales, la guerra contra los inocentes, el poder del dinero son el mal; la justicia, la solidaridad, el amor serían el bien. ¿Algo que objetar a la moral?

A partir de los acontecimientos del 11 de septiembre, se ha hecho evidente que el sistema está en grave crisis: los desmanes capitalistas del imperio occidental han propiciado una tensión insostenible, la alternativa social desde el oriente islamista es inaceptable, el silencio de Asia resulta sobrecogedor, Argentina y la emigración centroamericana suponen una inquietante aportación al panorama y a África la menciono porque en el colegio nos enseñaron que existía, como Oceanía.

¿Que la moral es maniquea? ¿Que no nos hace falta una conciencia que destape los usos, eso sí, maniqueístas, de la manipulación política e informativa? El Roto es nuestra conciencia diaria, la subversión de la imagen permitida, la contestación al poder, la esencia última de los hechos, el rigor. El Roto es justo lo que queríamos decir. Y es necesario precisamente porque al bien y al mal hay que andar poniéndolos en su sitio. Cuando abrimos el periódico por la mañana, sabemos que hay alguien en quien confiar, alguien cuya intención es aproximarse a la verdad (sí, la verdad, ¿algún problema también con este término?). Por eso sus dibujos son magistrales.

A mí me encantaría escribir como dibuja El Roto; o sea, ser genial.

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