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La excelente cosecha del movimiento danés Dogma, en la Seminci

Está finalizando esta edición del Festival de Valladolid y pasan por la pantalla del teatro Calderón algunas interesantes películas. Viene con fuerza a primer término la hondura y sutileza de El pequeño Senegal, una delicia minimalista dirigida por el argelino Rachid Buchareb, que cuenta la apasionante historia de un viejo senegalés que viaja a América para rastrear en Harlem las huellas de aquellos lejanos familiares suyos que fueron cazados hace siglos por los mercaderes de esclavos y ramificaron su estirpe en las aceras de Nueva York. El hombre encuentra algunos de los hilos que busc...

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Está finalizando esta edición del Festival de Valladolid y pasan por la pantalla del teatro Calderón algunas interesantes películas. Viene con fuerza a primer término la hondura y sutileza de El pequeño Senegal, una delicia minimalista dirigida por el argelino Rachid Buchareb, que cuenta la apasionante historia de un viejo senegalés que viaja a América para rastrear en Harlem las huellas de aquellos lejanos familiares suyos que fueron cazados hace siglos por los mercaderes de esclavos y ramificaron su estirpe en las aceras de Nueva York. El hombre encuentra algunos de los hilos que busca y tira de ellos.

El mismo cine austero y capaz de sacar zumo de las piedras es el que el director debutante chino Wang Chao -que es un curtido profesional en otros oficios de la creación de películas- consigue, en el borde del cine artesanal, con El huérfano de Anyang, visión muy crítica y amarga de la vida actual en China, cine duro, que no mira a la galería y que talla sus personajes con pedernal.

De El último suspiro, película falsaria de la canadiense Léa Pol, necio cine de papel cuché y brillantina, más vale no hablar. La otra película canadiense, Maelstrom, dirigida por Denis Villeneuve, tiene mucha más enjundia, pues sin ser nada del otro mundo despide destellos de un raro estilo aún no cuajado, a medio hacer, pero poderoso. En cuanto a Nubes, juego autocontemplativo de la belga Marion Hänsel, cabe decir que es una bonita colección de estampas de fondo lírico, que da de sí 10 o 15 minutos, pero que al prolongarse a 80 se convierte en un tedioso globo hinchado.

Mucho más interés tiene la primera película del movimiento danés Dogma dirigida por una mujer, la debutante Lone Scherfig, que se desmelena en la divertidísima comedia Italiano para principiantes, que ganó el premio al mejor guión en el pasado Festival de Berlín. Y lleva dentro, en efecto, un magnífico guión, muy bien trabado y construido, que mueve con endiablada soltura media docena de personajes cuyos itinerarios se cruzan e interaccionan con tanta fluidez que da idea del dominio del tiempo que late en el filme, que logra momentos de verdadera gracia en los cruces de situaciones y en los continuos gags que los jalonan.

Minucioso guión

La singularidad, la gracia y la autenticidad de esta comedia de Lone Scherfig tienen como secreto y como cimiento una elaboración fuera de lo común y minuciosísima del guión, pues durante varios meses los actores y la directora y escritora convivieron, dando forma entre todos ellos a los personajes y desplegando el juego de situaciones y de diálogos. Lone Scherfig llenó así con rigurosos aires libres la escena del filme y los azarosos y originalísimos recorridos de los personajes sobre ella, logrando un gozoso caso de cine artesanal lleno de esplendor profesional. Estamos, por ello, ante una de las muchas vías de creación de cine vivo abiertas por el fértil goteo de singularidades que año tras año se van configurando alrededor de las estrictas normas del imaginativo y provocador movimiento Dogma, desencadenado en 1995 por Lars von Trier y que cada vez es menos una raíz y cada vez es más una cosecha de frutos.

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