Crítica:

Coser y callar

Tras la crisis de la narración y de las figuras aparecen nuevas narraciones y figuraciones fragmentadas que se alejan de los periclitados valores absolutos. Vivimos en un mundo de fragmentos y nos alimentamos de detalles y de anécdotas. En medio de la crisis provocada por la globalización y el imperio del discurso único se oyen voces que, sin perder el ritmo de la melodía principal, realizan el contrapunto oportuno por medio de la exaltación de reivindicaciones particulares, como la ecología, la identidad étnica o la diferenciación de los sexos, acentuando así una otredad cuyo sentido ú...

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Tras la crisis de la narración y de las figuras aparecen nuevas narraciones y figuraciones fragmentadas que se alejan de los periclitados valores absolutos. Vivimos en un mundo de fragmentos y nos alimentamos de detalles y de anécdotas. En medio de la crisis provocada por la globalización y el imperio del discurso único se oyen voces que, sin perder el ritmo de la melodía principal, realizan el contrapunto oportuno por medio de la exaltación de reivindicaciones particulares, como la ecología, la identidad étnica o la diferenciación de los sexos, acentuando así una otredad cuyo sentido último es el de afianzar las líneas fuertes del discurso principal.

En este contexto hay que situar el conjunto de la obra de Elena del Rivero y, más concretamente, la sorprendente instalación que ahora presenta, apoyada en el texto de La perfecta casada, de fray Luis de León. Se trata de un conjunto de elementos y obras que configuran un espacio teatral, incongruentemente barroco, en el que se representa una escena por medio de elementos simbólicos y guiños metafóricos, que son encarnados, entre otros, por arena de playa que cubre el suelo, un paquete de libros escritos por mujeres, abalorios desperdigados de un collar tópicamente femenino o un enorme tul de 13 metros de longitud que simula el velo de boda de una supuesta novia.

ELENA DEL RIVERO

Instalación Galería Elvira González General Castaños, 9. Madrid Hasta el 8 de noviembre

Desde sus primeros trabajos, Elena del Rivero se ha servido de la costura como elemento plástico, asimilando las puntadas de la aguja a las pinceladas sobre el lienzo, pero la costura no es sólo un procedimiento del hacer o un oficio manual sino que, en lo más profundo de nuestra cultura, es entendida como un símbolo del trabajo doméstico femenino que es presentado en las obras de Elena del Rivero como antítesis dialéctica de la escritura, que representa el poder masculino y público. Como antítesis que resuelve o denuncia esta situación dialéctica, la artista se apoya en la prosa filosófico-poética de María Zambrano.

En la instalación que ahora presenta, el juego costura-escritura se materializa en un pespunteado sistemático que tacha las palabras de las páginas de tres ejemplares deshojados del libro de fray Luis de León. Estas páginas están cosidas como un segundo velo nupcial que se superpone al tul, extendiéndose por todo el espacio de la galería. El trabajo abnegado y constante de la aguja, ejercido por un 'taller de costura' formado por varias artistas, ha cosido las palabras del texto denunciando así el sentido que tienen aquellos deberes de la 'mujer casada'. Sojuzgada la mujer en la casa por medio de las palabras, que son ley, sólo le queda 'coser y callar' y en estos actos la aguja se convierte en espada y el dedal en escudo de una sorda lucha conyugal en cuyas batallas se producen heridas, aunque éstas no lleguen a ser cruentas. Las puntadas sobre el tul o sobre las páginas de un libro no son diferentes de aquellas que restañan una herida física o emotiva, en este sentido, en el marco de la instalación se presentan también algunas obras gráficas que hacen referencia explícita a la herida y al corazón, al cuerpo físico y espiritual de la mujer y a la idea de una sumisión inaceptable, ya que esta casada perfecta, guardada en casa, entretenida en las labores de costura está simbólicamente representada por medio de una reja carcelaria de ventana.

Acompaña la instalación una discreta ambientación sonora de la que se percibe el oleaje del mar y los sonidos que producen las puntadas de la aguja al coser, mezclados con un fragmento del coro de la ópera El holandés errante. Estas presencias sonoras acentúan el carácter teatral de la obra en la que se aprecia una voluntad de recuperar una narratividad y una figuración que habían sido extirpadas de las artes plásticas en nombre del formalismo vanguardista.

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