Columna

Móviles

Los teléfonos móviles parecen maquinillas de afeitar aplicadas a la oreja, para hacerle compañía. Me voy. Ya voy. Hace frío. ¿Te has acordado de comprar queso rallado? A veces un teléfono móvil sirve para comunicar un accidente, una agresión, y entonces el cacharrillo se agiganta y puede alcanzar la condición de mejor amigo del hombre y, cómo no, de la mujer. Hete aquí que ahora descubrimos que esos móviles forman parte de un tríptico impotente, a manera de frágil dique frente a la muerte: el amor, el arte y los teléfonos móviles. El amor traslada a una dimensión donde desaparece la contingenc...

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Los teléfonos móviles parecen maquinillas de afeitar aplicadas a la oreja, para hacerle compañía. Me voy. Ya voy. Hace frío. ¿Te has acordado de comprar queso rallado? A veces un teléfono móvil sirve para comunicar un accidente, una agresión, y entonces el cacharrillo se agiganta y puede alcanzar la condición de mejor amigo del hombre y, cómo no, de la mujer. Hete aquí que ahora descubrimos que esos móviles forman parte de un tríptico impotente, a manera de frágil dique frente a la muerte: el amor, el arte y los teléfonos móviles. El amor traslada a una dimensión donde desaparece la contingencia, el arte crea una alternativa a lo real y prolonga la memoria del artista hasta el día del juicio final de los dioses o de la Historia, y los teléfonos móviles han permitido a algunas víctimas del holocausto norteamericano despedirse de sus madres o de sus esposas o maridos, la única posibilidad de imponerse sobre la premonición de muerte inevitable.

Antes de morir me encantaría despedirme de mis prójimos más queridos o necesarios, y me angustia la posibilidad de morir lejos de mí mismo, en lo que mi mismidad participa de un paisaje y unos colegas biológicos y afectivos concretos, ésos a los que llamamos seres queridos. Cuando los que van a morir son capaces de encontrar un espacio entre las navajas o las hogueras para utilizar el móvil y así despedirse para siempre, escogen con urgencia interlocutor y palabras, ya que interpretan su último papel y alcanzan la inmortalidad en las ondas que transmiten sus voces de víctimas de despedida y rostros concretos.

Esta miserable y fanática salvajada no es sólo un choque entre geometrías estratégicas, la que construye torres de capital especulativo y la que socava sótanos para el Dr. No de los condenados de la Tierra. Los telefonistas de su propia muerte merecen que no se pierda esa parte de la razón que opone la compasión a la geometría. No respaldemos otra lucha entre el Bien y el Mal, desde fanatismos enfrentados, ni de civilizaciones, esa guerra de las galaxias inventada por algunos sociólogos. Hay causas y monstruosos efectos. Que lo ocurrido no se convierta en una fiesta de la bandera y del desquite.

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