Columna

Humos del verano

El otoño está al doblar la esquina y dora el verde de las viñas en los llanos de Utiel y Requena. Una fina estampa al finalizar un verano que humea. Las últimas columnas de humo, esas que se elevan en el Este de los EE.UU. y cuyas imágenes captan los satélites en órbita, tardarán en desvanecerse. Los satélites fotografían el humo de espanto, pero no distinguen las artificiales fronteras del Planeta. El humo de las Torres Gemelas corta la respiración y amarga la comida de cualquier ciudadano o ciudadana de por aquí para quien las fronteras son antes artificio que realidad; para quien nada ni na...

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El otoño está al doblar la esquina y dora el verde de las viñas en los llanos de Utiel y Requena. Una fina estampa al finalizar un verano que humea. Las últimas columnas de humo, esas que se elevan en el Este de los EE.UU. y cuyas imágenes captan los satélites en órbita, tardarán en desvanecerse. Los satélites fotografían el humo de espanto, pero no distinguen las artificiales fronteras del Planeta. El humo de las Torres Gemelas corta la respiración y amarga la comida de cualquier ciudadano o ciudadana de por aquí para quien las fronteras son antes artificio que realidad; para quien nada ni nadie puede mitigar el espanto de esa agresión ciega como la niebla. Esa agresión, originada en la bruma espesa del odio, a los ciudadanos estadounidenses no tiene justificación alguna. Pueden gustarnos o disgustarnos determinados aspectos de la vida americana o de la política norteamericana, que esa es cuestión aparte. Los EE.UU. fueron y son un crisol de razas, culturas y religiones; un crisol con todos los problemas que queramos, pero crisol desde hace muchas décadas. Allí la sociedad multicultural, multirreligiosa y multirracial pertenece a lo cotidiano, mientras aquí apenas empezamos a hablar ahora de inmigrantes, integración del foráneo o convivencia en la diversidad. El humo de espanto hirió allá a hispanos y protestantes, a hebreos y polacos, a chinos y católicos, a musulmanes y afroamericanos, a los del Norte y a los del Sur, a los de pelo lacio o rizado, porque todo eso es América y todo eso somos todos. Ha sido el peor de los humos y tardará en desvanecerse.

Claro que tuvimos otros humos incordiantes que ensombrecieron el verano. Unos fueron devastadores como el que provocó el fuego que asoló uno de los retazos verdes más bellos y valencianos en las comarcas castellonenses de Els Ports y El Baix Maestrat. Humo y ceniza en Xert, en Canet, en Vallibona y en Rosell, cuando los efectos de otros humos y otros fuegos veraniegos de 1994 en la zona todavía estaban patentes. Esos humos siempre se acompañan de más desierto y menos País Valenciano, o Antiguo Reino de Valencia o lo que ustedes quieran. Y hubo lo lógico y lo ejemplar: los campos de cultivos, limpios y trabajados por el hombre, funcionaron al final como cortafuegos; algo que todos debemos agradecer a los agricultores, como nos recordó uno de los alcaldes de la comarca.

También por las comarcas norteñas vimos humos arrogantes de fuegos fatuos. Fue el humo de 1.251 kilos de pólvora lúdica, tantos como la fecha fundacional y cristiana de la la capital de La Plana, dejando en el olvido las alquerías musulmanas en que se asienta. El humo de una 'megamascletà' del Guiness, émula de las macropaellas del desaparecido González Lizondo, con que poderes y potestades celebraron en Castellón el 750º aniversario de la fundación de ciudad. Humo de pólvora efímero y trivial; un humo que, a lo peor, ciega una reflexión seria sobre el futuro de una ciudad laboriosa que crece y que es el paradigma del urbanismo más destartalado.

En fin, Debate de Política General valenciana en nuestras Cortes y discurso de nuestro presidente autonómico en que la realidad se enredaba con el humo veraniego de sus palabras, y con las palabras envueltas en humo no se distingue la realidad.

Humos de espanto y otros humos del verano que no se desvanecieron con el calor y que el otoño, que dora la viñas valencianas quizás disipe, o no.

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