Columna

Infamia

Puedo entender y aceptar incluso que la religión sea un aditivo y hasta una alternativa a tener en cuenta en la vida de cualquier ser humano, pero nunca un poder superior que se inmiscuya en la existencia de nadie, porque entonces estaríamos hablando de una dictadura ideológica o una especie de tiranía del espíritu. La actitud de la Iglesia Católica, por poner un ejemplo, ha sido, históricamente y salvo honrosas excepciones, de una prepotencia tal que ha querido situar su papel por encima de los gobiernos y las órdenes de Estado. Y no estoy remitiéndome a los tópicos de siempre: la Santa Inqui...

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Puedo entender y aceptar incluso que la religión sea un aditivo y hasta una alternativa a tener en cuenta en la vida de cualquier ser humano, pero nunca un poder superior que se inmiscuya en la existencia de nadie, porque entonces estaríamos hablando de una dictadura ideológica o una especie de tiranía del espíritu. La actitud de la Iglesia Católica, por poner un ejemplo, ha sido, históricamente y salvo honrosas excepciones, de una prepotencia tal que ha querido situar su papel por encima de los gobiernos y las órdenes de Estado. Y no estoy remitiéndome a los tópicos de siempre: la Santa Inquisición, la caza de herejes y otro tipo de depuraciones humanas que, en nombre siempre de Dios, han llenado de gloria la historia del Cristianismo. Hablo de algo tan cercano como la Comisión Episcopal y los Sindicatos Católicos de la era del Nacional-Catolicismo o algunos detalles de la actual Conferencia Episcopal. No supone nada nuevo recordar ahora el omnímodo poder de la Iglesia en los años del franquismo, a veces tan acusado que era capaz de superponerse a las disposiciones gubernativas para lograr sus fines. En los primeros años de represión, las cárceles estaban llenas de capellanes y consejeros espirituales que mareaban a la población reclusa para que los presos formalizaran canónicamente sus matrimonios civiles bajo la amenaza de no ver a sus esposas o a sus hijos. Hay suficientes testimonios para confirmarlo. Pero choca que, muchos años después, por culpa de una ley tan incoherente como absurda que permite que con dinero de todos se pague a los profesores de religión de los colegios públicos, mientras que es la Iglesia quien decide (contratando o despidiendo) a estos docentes, sea todavía posible que un obispado como el de Almería pueda actuar con toda la coherencia legal sobre una maestra que ha cometido el delito de casarse por lo civil en un juzgado de paz. El clero está en su derecho, qué duda cabe, pero la acusación desde el púlpito de concubinato o adulterio en los tiempos que corren es una infamia y un gesto poco cristiano. Quedarse sin trabajo por amor también es un asunto de mucha enjundia que exige otra columna y algo de templanza para no pecar de sincero.

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