A LA MANERA de Maruja Torres | GENTE

VERANEAR

Quizá porque ayer fue el cumpleaños de Xabier Arzalluz, al que algunos denominan el Abominable Hombre de la Chapela, anoche sufrí un insomnio que no pude atajar ni con dos whiskys ni leyendo la edición integral de las entrevistas de Belén Esteban que -la carne es débil- conservo encuadernadas con la piel sobrante de las múltiples operaciones, llamésmoslas estéticas, de Julio Iglesias father & son. Asustada por la magnitud de mi desvelo, y temiendo que si continuaba bebiendo de esta guisa acabaría algo más que piripi y que una sobredosis de Belén Esteban bien pudiera provocarme una deflagración...

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Quizá porque ayer fue el cumpleaños de Xabier Arzalluz, al que algunos denominan el Abominable Hombre de la Chapela, anoche sufrí un insomnio que no pude atajar ni con dos whiskys ni leyendo la edición integral de las entrevistas de Belén Esteban que -la carne es débil- conservo encuadernadas con la piel sobrante de las múltiples operaciones, llamésmoslas estéticas, de Julio Iglesias father & son. Asustada por la magnitud de mi desvelo, y temiendo que si continuaba bebiendo de esta guisa acabaría algo más que piripi y que una sobredosis de Belén Esteban bien pudiera provocarme una deflagración hormonal, opté por sumergirme en el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, donde dí con la siguiente definición del verbo veranear: 'Pasar las vacaciones de verano en lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside'. No es que les tenga ganas a los miembros -menos lobos- de la docta institución que, con un derecho de admisión digno de las testosterónicas sociedades gastronómicas vascas, fija, pule y da esplendor a nuestro idioma, pero, con la venia: discrepo. Aquí donde me ven, una servidora se ha pegado, como miles de curritos, una jartá de veraneos en lugar idéntico de aquel en el que habitualmente residía. Y eran veraneos a mucha honra. De niña, en el Barrio Chino, cuando la única excursión que nos permitíamos con mi querido Terenci era cruzar la ronda de San Pablo en busca de algún cine en el que nos regalasen programas de mano, nuestras más preciadas y menos peligrosas octavillas. Y, más tarde, en Santiago, compartiendo la angustia de los familiares de los desaparecidos que, con su perseverancia, propiciaron la extradición del aflautado Augusto Pinochet. O en Beirut, en un paisaje con más francotiradores que en una discoteca a la hora del señores, vamos a cerrar. Fue entonces, en aquel momento de fugaz lucidez, mientras la ciudad despertaba con su estrépito de taladradoras y gruas, cuando tuve la certeza de que el diccionario es un instrumento de aproximación a la realidad. No encontré, por ejemplo, la palabra liposucción y estuve a punto de mandarles una carta a nuestros miembros académicos para informarles de que el siglo ha cambiado. Pero sólo con imaginar la cara de ciertos académicos analizando semejante vocablo voluptuoso y aspirativo, me quedé, más que dormida, traspuesta.

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