Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

UNA LUMINOSA, LÚCIDA Y REVELADORA VERSIÓN DE 'ARIADNA EN NAXOS'

Con la ópera de Richard Strauss y Hugo von Hoffmansthal, el Festival de Salzburgo alcanza uno de sus momentos artísticos más inspirados

Jossi Wieler y Sergio Morabito, con escenografía y trajes de Anna Viebrock, realizan con la ópera de Hoffmansthal y Strauss una lectura luminosa, de una modernidad asombrosa y con una enorme inteligencia a la hora de entender de una manera nueva una música que se conoce y se ama. Es, artísticamente, uno de los puntos más altos de la actual edición del Festival de Salzburgo, y probablemente de toda la década de Mortier.

Christoph von Dohnányi logra con la Filarmónica de Viena un sonido denso, envolvente, de encanto indefinible. Hay unos cantantes excelsos en el escenario, sobre todo un t...

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Jossi Wieler y Sergio Morabito, con escenografía y trajes de Anna Viebrock, realizan con la ópera de Hoffmansthal y Strauss una lectura luminosa, de una modernidad asombrosa y con una enorme inteligencia a la hora de entender de una manera nueva una música que se conoce y se ama. Es, artísticamente, uno de los puntos más altos de la actual edición del Festival de Salzburgo, y probablemente de toda la década de Mortier.

Christoph von Dohnányi logra con la Filarmónica de Viena un sonido denso, envolvente, de encanto indefinible. Hay unos cantantes excelsos en el escenario, sobre todo un trío de mujeres -Polaski, Dessay, Grahm- ante las que hay que descubrirse. Y sobre ese sólido sustrato musical, Anna Viebrock crea lo que los directores teatrales llaman 'espacios de resonancia'.

Los espacios de resonancia de Viebrock no son otra cosa que los de la propia Grosses Festspielhaus en escena. Espacios cotidianos y familiares que devuelven al espectador su propia imagen y permiten una correspondencia interiorizada entre realidad y sueño, una continuidad de sugerencias entre el teatro y la vida. El primer hallazgo es la confrontación actualizada entre el mundo de la ópera seria y el de la ópera bufa, con Ariadna y los suyos por un lado, y Zerbinetta y sus amantes por otro. Por extensión es un encuentro-desencuentro entre música seria y música popular, pues los herederos de la comedia del arte son un grupo de rock. Hay un desarrollo inspirado de esa difícil convivencia de dos maneras de vivir la música, de sentir la vida. La segunda parte del espectáculo da una vuelta de tuerca e identifica el personaje de Ariadna con los sueños y deseos del espectador ante la ópera. Hay una asociación entre lo que está leyendo o soñando y la forma en que se desenvuelve en el escenario, con una fantasía de ópera imaginaria, llena de deseos inconscientes y aspiraciones que sobrevuelan las rutinas diarias. La sublimación de Ariadna es la sublimación del espectador de ópera. Los dos mundos se mueven en una pirueta finísima.

Teatralmente, el espectáculo es una joya. Hay mil detalles de comportamientos, gestos y actitudes, de correspondencias entre la vida cotidiana y la escénica. Están maravillosamente caracterizadas las ninfas en esa dimensión vulgar de marujonas con bolso, y también Zerbinetta, en su ansia de una libertad sexual que desemboca inevitablemente en un libertinaje espontáneo. El erotismo de nuevo, como en Las bodas o El murciélago. Aquí se centra en el personaje más vital, el de Zerbinetta, que pasa de caricia a caricia, de amante a amante, con su aire de diva rockera, sus botas altas y minifalda de cuero. Tal vez sea ese erotismo inmediato lo que provocó un fuerte rechazo de un sector amplio del público, especialmente por el momento en que uno de los amantes le quita las bragas negras a la soprano.

Natalie Dessay está sencillamente inmensa. Es un portento esta chica, actriz de un instinto superdotado y cantante colosal. La línea musical, las coloraturas. No es la suya una exhibición mecánica de recursos técnicos, como tantas veces se hace en el personaje de Zerbinetta. Al contrario. Hay una dimensión humana, cercana, con un canto natural, nada sobreactuado, preciso y precioso, superlativo. Susan Graham participa como El Compositor de idéntica espontaneidad, facilidad, y construye un personaje con una admirable gama de claroscursos. Y no se queda atrás Deborah Polaski en una de las creaciones artísticamente más felices de sus últimos años. El resto del reparto funciona con homogeneidad. Desde el estupendo tenor Jon Villars hasta las tres ninfas (Damrau, Coote, Janková).

Ariadna en Naxos, la última producción de Mortier en Salzburgo, es un broche de oro de una década inquieta. El próximo 31 de agosto, a modo de despedida, están programadas El murciélago y Ariadna. Dos montajes en las antípodas. Una lectura política y provocadora; otra sutil e intelectual. Dos maneras de hacer teatro para la música. Se podrán ver en la cadena de televisión francoalemana Arte los días 29 de agosto y 5 de septiembre.

Natalie Dessay, en Ariadna en Naxos.RUTH WALZ

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