Columna

Chunda

Pocas imágenes ha habido este año tan regocijantes e instructivas como la entrega de medallas del Mundial de waterpolo, en Fukuoka. Me refiero a ese trascendental momento en el que la selección española, ganadora del oro, tuvo que ponerse a cantar el himno nacional, porque a los japoneses se les jeringó la megafonía. Bueno, eso les pidieron, que lo cantaran; pero como nuestro himno no tiene letra (sólo hay un cochambroso y arrumbado texto escrito por Pemán, si no me equivoco, lleno de sentimentalismo franquista y brazos alzados), pues los waterpolistas empezaron berreando el Viva España...

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Pocas imágenes ha habido este año tan regocijantes e instructivas como la entrega de medallas del Mundial de waterpolo, en Fukuoka. Me refiero a ese trascendental momento en el que la selección española, ganadora del oro, tuvo que ponerse a cantar el himno nacional, porque a los japoneses se les jeringó la megafonía. Bueno, eso les pidieron, que lo cantaran; pero como nuestro himno no tiene letra (sólo hay un cochambroso y arrumbado texto escrito por Pemán, si no me equivoco, lleno de sentimentalismo franquista y brazos alzados), pues los waterpolistas empezaron berreando el Viva España y acabaron aguantándose malamente la risa e intentando tararear el chunda, chunda, tachún, tachún, tachún, tachún, tachún, taaaachún, tachún, tachún, tachuuuuún, entre el despiporre general de los espectadores al evento.

No se puede decir, en fin, que dieran una imagen muy patriótica; y por eso, precisamente, es por lo que estuvieron tan estupendos. Me encanta pertenecer a un país en el que la inmensa mayoría de sus ciudadanos (salvo un puñadito de locos frenéticos) se sentiría ridículo teniendo que tararear el himno nacional. Porque el sentido del ridículo, atributo civilizado donde los haya, es uno de los mejores antídotos contra la prosopopeya del fanatismo. Los responsables de la megafonía de Fukuoka han descubierto un recurso educativo formidable para contrarrestar los furores hipernacionalistas: hay que ponerlos a todos a tararear sus himnos ante miles de espectadores desternillados de risa.

Quiero decir que debería ser una actividad obligatoria para los escolares. En un momento dado de los estudios se mete a los niños en un estadio lleno y, hala, a desacralizar los cánticos sagrados. Imagínense como sonaría el Eusko Gudariak, pongamos por caso: tirú, tirú, tirú, tirú, tiruriruriruruuuuuuuuú.... Desde luego no parece que este tiruliru merezca el sacrificio de una gota de sangre. Y se podría hacer lo mismo con Els segadors, y con Asturias, patria querida (aunque esta canción ya está bastante desacralizada por los beodos: de ahí que los asturianos sean en general tan majos), y con todas las chundaratas patrioteras, en fin, para descomponerlas en lo que son: meros farfulleos festivos de una horda.

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