Tribuna

París, siempre París

No pongas esa cara, que lo único que pasa es que estás en París. A ver si después de tantos días de espera, vas ahora encima a poner cara de tonto. Sí, ya sé que resulta difícil de creer, y que de tan esperado, puede resultar en principio hasta un poco decepcionante, pero dale tiempo al tiempo, y verás qué pronto la Ciudad de la Luz te atrapará.

Empiezas a atar tus cabos: algo tendrá esta ciudad para que se me vayan camuflando los síntomas de esa fatiga crónica que arrastro desde los Pirineos. Una fatiga en proporción a los kilómetros que faltan para su centro; algo habrá cuando he sent...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No pongas esa cara, que lo único que pasa es que estás en París. A ver si después de tantos días de espera, vas ahora encima a poner cara de tonto. Sí, ya sé que resulta difícil de creer, y que de tan esperado, puede resultar en principio hasta un poco decepcionante, pero dale tiempo al tiempo, y verás qué pronto la Ciudad de la Luz te atrapará.

Empiezas a atar tus cabos: algo tendrá esta ciudad para que se me vayan camuflando los síntomas de esa fatiga crónica que arrastro desde los Pirineos. Una fatiga en proporción a los kilómetros que faltan para su centro; algo habrá cuando he sentido correr la anestesia por mis venas consiguiendo erizar hasta el más recóndito de mis pelos en el momento en el que he visto, allá en la lejanía, y casi de refilón, ese símbolo que es la torre Eiffel; algo será; algo que, de esto puedo estar seguro, sólo ocurre aquí, en París.

Es un día inolvidable, el día en el que, como manda el tópico, recibes tu licenciatura, ciclista a partir de hoy, reza en ese carné imaginario que portas camino de casa; ciclista cansado, ciclista agotado, pero ciclista al fin y al cabo que hoy -esto es lo que de verdad te importa- podrá al fin pisar con sus pies en su casa y dormir en su propia cama.

Pero hoy, por encima de todo, te sientes un héroe. O mejor dicho, así te lo hacen sentir los que te aclaman. Eres un ganador, como todos los que hasta aquí han llegado, y también tú mereces esa vuelta de honor. Tu orgullo te envenena y se transparenta a los ojos de tantos que te aplauden y te animan desde la enorme y ancha avenida de los Campos Elíseos; seguramente, ninguno de los espectadores que te miran tras las vallas sabrá tu nombre, pero eso es lo de menos, porque también tú eres destinatario de su admiración.

Y a partir de hoy, sí que es cierto que a ti, como a Bogart en Casablanca, siempre te quedará París.

Pedro Horrillo es corredor del Mapei.

Archivado En