Columna

Epístola

Mi señora doña Cibeles:

El que suscribe, profesor de Filosofía e ideólogo (en la oposición) del Atlético de Madrid, se dirige a usted con toda cautela para intercambiar opiniones, lamentos y sugerencias. Aunque colchonero asilvestrado y montaraz, no por ello soy dogmático ni fundamentalista: tienen que haber otros clubes y otros delirios para poder machacarlos a todos ellos y hacer que resplandezca la verdad domingo tras domingo, hasta que la muerte nos ampare. Dicho lo cual, ya comprende por dónde van los tiros, porque usted no tiene un pelo de tonta; y si lo tiene, no se nota; y si se...

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Mi señora doña Cibeles:

El que suscribe, profesor de Filosofía e ideólogo (en la oposición) del Atlético de Madrid, se dirige a usted con toda cautela para intercambiar opiniones, lamentos y sugerencias. Aunque colchonero asilvestrado y montaraz, no por ello soy dogmático ni fundamentalista: tienen que haber otros clubes y otros delirios para poder machacarlos a todos ellos y hacer que resplandezca la verdad domingo tras domingo, hasta que la muerte nos ampare. Dicho lo cual, ya comprende por dónde van los tiros, porque usted no tiene un pelo de tonta; y si lo tiene, no se nota; y si se notara, jamás diría yo esta boca es mía.

Es el caso, señora, que estoy peregrinando durante las vacaciones por monasterios, basílicas, santuarios, abadías y ermitas, para pedir perdón por mis penaltis y solicitar milagros, que saquen adelante al club de mis amores. Me gusta sufrir, señora, como buen colchonero, pero ya estoy hasta el moño de tanta lágrima y tanta insensatez. He decidido pasarlo bien de ahora en adelante y dedicar el resto de mis días a fustigar la estúpida creencia de que los atléticos hemos venido al mundo a padecer.

Concretando, señora: ayer, a la hora del crepúsculo, caí de bruces ante una higuera del Camino de Santiago, y se hizo luz en mi alma. Una voz aterciopelada me cantó al oído: 'Dile a Cibeles que de ahora en adelante también será la madre espiritual del Atlético de Madrid, con un par. Y al que no le guste, que se rasque. Dile a Valdano y a Miguel Ríos que no se junten tanto con Sabina y los Ketama. Dile a Florentino que se cambie las gafas y la sonrisa. Dile a Neptuno que se prepare para grandes acontecimientos, porque estamos llegando a la cima del abismo'.

Queda usted advertida mi señora doña Cibeles, de lo que se cuece por las alturas. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y a mí que no se me cambien los colores y que sea agradable mi existencia, cuya vida guarde Dios muchos años, pero no demasiados. Y esto es lo que hay.

Mi muy señora mía, ser colchonero es una de las pocas cosas inquietantes a las que se puede llegar en este mundo traidor. Y lo digo porque me lo han comunicado quien tiene poder para ello. Y no digo más.

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