Fiesta dionisiaca
Carlinhos Brown no da conciertos: oficia como máximo sacerdote de un espectáculo dionisiaco. Se trae los tambores de Salvador de Bahía, en esa atronadora y dinámica timbalada nacida de su fértil imaginación en un barrio marginal de la ciudad de Jorge Amado, y convierte un escenario europeo en fiesta desenfrenada.
Pocos espectáculos pueden presenciarse hoy como el que ofrecieron Carlinhos Brown y sus músicos. Vendrían a ser como los guerreros de Mad Max en versión tropicalizada y sin las aviesas intenciones de aquéllos. Todo son buenas vibraciones con el jefe Brown, una fue...
Carlinhos Brown no da conciertos: oficia como máximo sacerdote de un espectáculo dionisiaco. Se trae los tambores de Salvador de Bahía, en esa atronadora y dinámica timbalada nacida de su fértil imaginación en un barrio marginal de la ciudad de Jorge Amado, y convierte un escenario europeo en fiesta desenfrenada.
Pocos espectáculos pueden presenciarse hoy como el que ofrecieron Carlinhos Brown y sus músicos. Vendrían a ser como los guerreros de Mad Max en versión tropicalizada y sin las aviesas intenciones de aquéllos. Todo son buenas vibraciones con el jefe Brown, una fuerza de la naturaleza que recorre incansablemente el escenario y permite sospechar que de pequeño cayó en alguna marmita de poción mágica. Energía en estado puro.
Carlinhos Brown
Carlinhos Brown (voz, percusión y guitarra), André (teclados), Betao Aguiar (bajo), Gerson Silva y Juninho Costa (guitarras), Roninho Scott (saxo), Vandinho Carvalho (batería), Boghan Costa, Cacau Alves, Dedé, Élber, Furunga, Kika, Marquinhos y Sinho (percusión). Jazztel Music Veranos de la Villa. Conde Duque. Madrid, 24 de julio.
El clima es de carnaval. Y los repiques de tambor anuncian el arranque del baile. Aunque también hay canciones notables. Pueden pasar desapercibidas entre el magma sonoro percusivo y porque la gente anda ya enfrascada en estribillos como el de A namorada y el de Rappunzel, pero títulos como Argila o Magamalabares, que Carlinhos Brown le cedió a la cantante Marisa Monte, revelan a un compositor de trazo fino y nada convencional.
Lo preestablecido se va al garete: una almibarada balada de comedia de Doris Day y un pastiche de los Beatles pueden sonar justo antes o después de ese Faraó, capaz de remover al mismísimo Ramsés.
Hay que ser muy Brown para destapar la caja de los truenos y luego sentarse sin más al borde de la escena con los pies colgando para hablarle al público, en un idioma extranjero, de la paz en el mundo y la importancia de la familia. Y más Brown aún para montar un número final a lo Massive Attack con percusión sideral y resolverlo susurrando a la Ligia carioca de Antonio Carlos Jobim. Un genio de la desmesura y el contraste este delirante fabricante de sonidos.