Columna

Adaptación

Durante muchos años me creí a pies juntillas eso de que uno no podía entender bien lo del País Vasco si uno no era de allí. Hablaba con los vascos con humildad suprema y me abstenía de opinar sobre sus cosas. Luego fui creciendo y pensando, y hace ya mucho tiempo que llegué a la conclusión de que el absoluto relativismo antropológico es una falacia. Esto es, no necesitas haber nacido en el Goierri para saber que asesinar a alguien por sus ideas es una animalada sin paliativos, de la misma manera que no necesitas haber nacido en África para comprender que la ablación genital femen...

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Durante muchos años me creí a pies juntillas eso de que uno no podía entender bien lo del País Vasco si uno no era de allí. Hablaba con los vascos con humildad suprema y me abstenía de opinar sobre sus cosas. Luego fui creciendo y pensando, y hace ya mucho tiempo que llegué a la conclusión de que el absoluto relativismo antropológico es una falacia. Esto es, no necesitas haber nacido en el Goierri para saber que asesinar a alguien por sus ideas es una animalada sin paliativos, de la misma manera que no necesitas haber nacido en África para comprender que la ablación genital femenina es una brutalidad inadmisible.

Ahora bien, últimamente empiezo a tener una sensación inquietante, la intuición de que, a lo peor, los de fuera incluso tenemos una visión más clara sobre el asunto que los de dentro. Lo cual sería una desgracia, porque la solución del País Vasco depende de los vascos, como es obvio. El caso es que llevo meses hablando, o más bien discutiendo, con amigos vascos de pelaje diverso que insisten en decir que en el País Vasco se vive muy bien y no se pasa miedo, que todo es una exageración y que ellos van y vienen por allí tan ricamente. Me recuerdan a algunos amigos colombianos que se enfurecen porque su tierra sólo sale en las noticias por la violencia y los asesinatos. Amo Colombia, que es un país potente y hermoso pero trágico, embadurnado de sangre y descoyuntado. Negar el horror no va a hacer que no exista. Es más, negar el horror es la mejor manera de que el horror prospere.

En los momentos personales de dolor siempre me consoló la certidumbre de que el ser humano es un superviviente nato. Siempre celebré como un milagro de la existencia nuestra maravillosa capacidad de adaptación. Y es verdad: esa bendita adaptabilidad es lo que nos permite ser felices. Pero ahora advierto que este don prodigioso también puede embotar nuestra inquietud moral y cegarnos el entendimiento. Porque también nos adaptamos a las situaciones injustas y miserables; a ver como normal que unos energúmenos te hagan bajar del autobús y luego lo quemen. A vivir de rodillas mientras ETA le pega un tiro en la nuca a nuestro vecino. Y a decir que, después de todo, las cosas no están mal.

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