RAMÓN LÓPEZ | EL PERFIL

El farandulero de la caña

Hubo un tiempo en que lo que hacía Ramón López no estaba muy bien visto en Palma del Río (Córdoba). Según quién mirase, claro, pero lo cierto es que el runrún sobre el elitismo de Ramón López había echado raíces. Aquellas obras tan modernas, tan alejadas del teatro de los Álvarez Quintero, suscitaron en una época más recelos que aplausos entre sus vecinos. Él siguió en sus trece, fiel al espíritu del certamen que se había inventado como por arte de birlibirloque.

Los tiempos han cambiado. Ramón López goza ahora de tal consideración popular que hasta el Partido Andalucista, antaño de los...

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Hubo un tiempo en que lo que hacía Ramón López no estaba muy bien visto en Palma del Río (Córdoba). Según quién mirase, claro, pero lo cierto es que el runrún sobre el elitismo de Ramón López había echado raíces. Aquellas obras tan modernas, tan alejadas del teatro de los Álvarez Quintero, suscitaron en una época más recelos que aplausos entre sus vecinos. Él siguió en sus trece, fiel al espíritu del certamen que se había inventado como por arte de birlibirloque.

Los tiempos han cambiado. Ramón López goza ahora de tal consideración popular que hasta el Partido Andalucista, antaño de los más críticos con la cita teatral, no ha dudado en nombrar al antiguo concejal socialista Palmero del año, una distinción con la que honran personajes destacados en cada ejercicio. La imagen pública de Ramón López ha tenido sus más y sus menos, pero él se ha movido poco. En el buen sentido. Cuando le criticaban por elitista, vanguardista y escasamente popular, se mantuvo fiel a su idea. Ahora que la feria está tan consolidada que pocos se atreverían a proponer su desaparición, parece vivir ajeno a los cantos de sirena de la vanidad. El director y fundador de la Feria de Teatro en el Sur sigue atendiendo al técnico que le plantea problemas, al espectador despistado o al actor de moda. A todos por igual.

Casi más que el reconocimiento, le conmueve la afición teatral que ha ido creciendo entre los vecinos de Palma del Río, una pequeña localidad que roza los 20.000 habitantes donde el gusto por el teatro y la capacidad de crítica no tienen nada que envidiar a los aforos más cultivados de las grandes urbes. Que su localidad natal, para colmo, sea ya, fuera de los círculos taurinos, más famosa por su certamen teatral que por haber sido cuna de El Cordobés le llena de orgullo. Porque Ramón López, casado, dos hijos, sigue viviendo en Palma del Río a pesar de que su vida profesional se ha desarrollado casi siempre en Córdoba, en diferentes organismos relacionados con la cultura. Lo sigue haciendo desde que, en 1999, le nombraron director del Gran Teatro de Córdoba, todo un reto para un amante de la programación como él que, sin embargo, se niega a sacrificar su labor en la feria de teatro.

Una de las razones que explica que pueda sacar adelante ambas actividades, a pesar de las exigencias del teatro cordobés, reside en la fidelidad del equipo que pone en pie todo el entramado del certamen de Palma del Río nacido de la transformación de una muestra de teatro. La muestra se afincó en la localidad como cita estable después de deambular por poblaciones cordobesas dentro del circuito de la Diputación Provincial.

Al principio, por aclararlo, fue el amor de Ramón López y otros por el teatro. Durante años vivieron a tope en un mundo de faranduleros asamblearios, de aquellos que entre todos decidían la escenografía, se repartían los papeles o diseñaban el vestuario. Corrían tiempos rojos e idealistas. Las obras de los grupos aficionados en los que participaba López tenían mensajes claros contra el capitalismo, como la asociación cultural en la que se gestaban -llamada Vientos del pueblo, en honor a Miguel Hernández- los quehaceres artísticos.

El grupo más duradero del actor Ramón López fue Leva-dura. Y una de sus obras más sonadas se tituló Consumidero con su dinero; su fama perdura sobre todo en una barriada de Palma cuando una bici quedó atrapada sobre uno de los agujeros del escenario, montado sobre un remolque, y los actores improvisando como en un gag de Harold Lloyd o Buster Keaton. Si algo sobrelleva con pesar Ramón López es la mutilación de su vertiente interpretativa. A veces intenta sacudirse la nostalgia con algunas experiencias, pero lo cierto es que eligió la tramoya más que las tablas.

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Para organizar y dirigir con éxito, además, dispone de cualidades innatas como la capacidad de crear equipos a su alrededor y de contagiarles el entusiasmo. Tiene una tenacidad probada, aunque ambas virtudes también pueden mostrar su peor cara cuando se encabezona o pide la luna. Con lo único que no es exigente es con la caña de pescar, que utiliza con fines casi terapéuticos. Se va los domingos hasta el pantano de La Breña o la presa de José Torán y vuelve relajado como un lama. Sin pescados.

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