Tribuna

Fugas y contracciones

De lo trascendente es de lo que se habla. Del ganador, del líder, de los protagonistas, de eso, lo de siempre, lo que aparece o permanece. Pero pocos días, y ayer fue uno de ellos, tenemos la oportunidad de ver los movimientos pre-parto de la escapada. Por norma enchufamos el televisor, nos sentamos en el sillón, y nos preparamos para ver el desenlace, lo trascendente, lo que luego queda. Ni siquiera caemos en la cuenta de que nos hemos incorporado a mitad de función. De la cantidad de bajas que estaban ya esparcidas por el camino cuando nos incorporamos. Ayer no. Ayer gracias a la realización...

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De lo trascendente es de lo que se habla. Del ganador, del líder, de los protagonistas, de eso, lo de siempre, lo que aparece o permanece. Pero pocos días, y ayer fue uno de ellos, tenemos la oportunidad de ver los movimientos pre-parto de la escapada. Por norma enchufamos el televisor, nos sentamos en el sillón, y nos preparamos para ver el desenlace, lo trascendente, lo que luego queda. Ni siquiera caemos en la cuenta de que nos hemos incorporado a mitad de función. De la cantidad de bajas que estaban ya esparcidas por el camino cuando nos incorporamos. Ayer no. Ayer gracias a la realización francesa tuvimos toda una lección de biología. Pudimos ver el proceso de creación de una escapada.

Las primeras contracciones. Vimos cómo de un golpe seco se rompe la calma, se pasa de la nada al todo. Cómo al primero, al pirómano, al desgraciado que nunca obtendrá su premio, le siguen los otros. Las contracciones comienzan a estar menos espaciadas. Marcha uno, y otro y otro; y según se les coge, a veces vencidos por la ley de la gravedad, a veces por la del esfuerzo, otro que venía más atrás con más velocidad, aprovecha su inercia, y parte; y detrás otro, y otro. Y vuelven, como las olas del mar, que se llevan la arena, y la traen. Tras unos kilómetros las contracciones comienzan a ser más intensas. Los débiles deben abandonar y resignarse a su suerte, abonados como están a la perpetua huida del fuera de control. Los no tan débiles -algunos puede que fuertes- comienzan a abrir huecos. ¡Ya es inminente, algunos hacen agua! Comienza la hora de la verdad, la de apretar, apretar, y apretar, sin mirar atrás. Sin miedo, con desmesura, sin importar lo que quede para el final. Dos, tres relevos; dos de tres minutos. ¡Ya está! Puedes dejar de empujar. ¡Por fín, no queda nada! Ahora, a comenzar a andar.

Pedro Horrillo es corredor del Mapei.

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