Tribuna:

La frase de Santiburcio

Antoni Santiburcio, primer secretario de la federación socialista de Barcelona y teniente de alcalde del Ayuntamiento de esta ciudad, murió tras larga enfermedad el pasado domingo y su personalidad ha sido recordada estos días tal como se merecía. Se ha hablado de su gran capacidad de trabajo, de la firmeza de sus convicciones socialistas, de su entrega, valentía y tozudez en llevar adelante aquello en lo que creía. Pero Santiburcio será recordado también por una frase, por una breve frase, pronunciada a mediados de la década de 1990, tras los años olímpicos: 'Lamentablemente', dijo, 'en Catal...

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Antoni Santiburcio, primer secretario de la federación socialista de Barcelona y teniente de alcalde del Ayuntamiento de esta ciudad, murió tras larga enfermedad el pasado domingo y su personalidad ha sido recordada estos días tal como se merecía. Se ha hablado de su gran capacidad de trabajo, de la firmeza de sus convicciones socialistas, de su entrega, valentía y tozudez en llevar adelante aquello en lo que creía. Pero Santiburcio será recordado también por una frase, por una breve frase, pronunciada a mediados de la década de 1990, tras los años olímpicos: 'Lamentablemente', dijo, 'en Cataluña un inmigrante todavía no tiene posibilidades de aspirar a ser ni alcalde de Barcelona ni presidente de la Generalitat'. El término inmigrante lo utilizaba en el sentido de la época, es decir, refiriéndose a los ciudadanos de Cataluña originarios de otras zonas de España.

Lo justo sería, muy probablemente, que guardáramos en la memoria el legado que nos deja Antoni Santiburcio: su dedicación a la mejora urbanística de las zonas más olvidadas de Barcelona, al reequilibrio territorial entre el centro de la ciudad y su periferia. Es probable, sin embargo, que Santiburcio pase a la historia, sobre todo, por el acierto y la valentía en pronunciar, en el momento preciso, esta sola frase.

Hoy cabe preguntarse: ¿hasta qué punto es todavía cierta? Por lo menos en el partido socialista, desde que la pronunció hasta hoy, su contenido se ha cumplido sobradamente. Los aspirantes socialistas a presidentes de la Generalitat han sido Nadal y Maragall y el sucesor de este último en la alcaldía de Barcelona ha sido Clos. Ninguno de ellos inmigrante. Añadamos, sin embargo, un matiz: José Montilla, un inmigrante, ha sucedido a Narcís Serra como primer secretario del PSC. Pero maticemos, a su vez, el matiz anterior: Maragall preside el PSC con mucha mayor capacidad ejecutiva de la que disponían Raimon Obiols y Joan Reventós, sus antecesores. Como sabemos, la política catalana es un continuo juego de matices.

Si de las sucesiones en los cargos pasamos a los hechos, éstos confirman que la frase de Santiburcio sigue siendo exacta. ¿Cuáles son estos hechos? Es fácil resumirlos en otra frase que define la actual política del PSC: 'Maragall no quiere ser la alternativa a Pujol, sino su heredero'.

Últimamente se le han criticado a Maragall determinadas intervenciones parlamentarias. Se trata, ciertamente, de errores preocupantes pero menores. Mucho más preocupante para quienes creen necesario un cambio en la política de la Generalitat es su estrategia política de fondo, basada, a mi entender, en esa voluntad de mera sucesión y no de auténtica alternativa a CiU, que se canaliza a través de diversas líneas de actuación política.

En primer lugar, creo que es equivocada la táctica de Maragall de guardar silencio ante las cuestiones que sucesivamente preocupan a la opinión pública y que son objeto de debate político. A lo largo de este invierno, por ejemplo, no se ha conocido el criterio de Maragall en cuestiones tales como la política respecto a las escuelas privadas concertadas, las posiciones contra la inmigración de Ferrusola y Barrera o la obligatoriedad de enseñar en las escuelas canciones tradicionales y patrióticas en las clases de música. Estos últimos días ha perdido una nueva ocasión de hacer oír su voz: la insólita presencia de un consejero de la Generalitat en el juicio del rector Lluís Arola en Tarragona con el evidente objeto de presionar a una juez. A muchos nos hubiera gustado que algún político de la oposición -por ejemplo, Maragall- efectuara el impecable razonamiento democrático que expuso el pasado martes en estas mismas páginas, con su habitual lucidez, Josep Ramoneda. Por mi parte, como universitario, también me avergüenza que los rectores de las universidades catalanas se presten a un ejercicio tan poco democrático de corporativismo.

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En segundo lugar, no entiendo que las críticas de Maragall y de Nadal al Gobierno de Pujol consistan básicamente en acusarle de carecer de proyecto político por gobernar con el apoyo del PP. Comprendo que ésta sea la crítica de Esquerra Republicana o de los sectores más nacionalistas de la misma Convergència, pero no entiendo que esta sea la crítica de un partido que pretende representar a la izquierda. Al fin y al cabo, es lógico que dos partidos de tendencia conservadora se compenetren en aspectos básicos, especialmente los socioeconómicos. A veces da la sensación de que el adversario del PSC en Cataluña no es CiU, sino el PP, y que, por tanto, las críticas no se hacen al Gobierno de la Generalitat, sino únicamente al partido que, en última instancia aunque no siempre, le da soporte parlamentario. Extraña manera de hacer oposición, tan extraña que la percepción es, con frecuencia, que tal oposición no existe.

A todas éstas, en tercer lugar, la alternativa de izquierda a Pujol resulta vacía de contenido: ni en políticas sociales (enseñanza, sanidad, relaciones laborales, inmigración), ni en infraestructuras, ni en reforma administrativa. A lo más, se quieren hacer propuestas en cuestiones que afectan a las reglas del juego político (ley electoral, leyes territoriales, medios de comunicación), aunque sin concreción alguna. Y lo más grotesco y esperpéntico: pretender la reforma del Estatuto de autonomía sin saber qué es lo que se quiere reformar, sólo como bandera demagógica para demostrar que son más nacionalistas que Pujol. No hablemos ya de lo absurdo que resulta plantear por anticipado una moción de censura sin apoyos parlamentarios que, al final, corre el riesgo de servir únicamente para que se estrene Artur Mas como candidato a presidente ¡por la parte contraria!

Todo ello parte de una sola premisa: considerar que Cataluña es muy conservadora y que la única manera de alcanzar el poder es disfrazarse de Pujol, imitarle en su constante ambigüedad -teorizada recientemente por Vicenç Villatoro-, buscar únicamente el voto de sus habituales seguidores. Pero hay otra Cataluña, la Cataluña de los Santiburcios, que se saben marginados de los centros de poder político central, que sólo pueden asomarse al poder local y aun pidiendo permiso. Con políticas como la actual del PSC, el entusiasmo de este amplísimo sector por votar una opción de izquierdas es perfectamente descriptible: ya saben que la izquierda no se dirige a ellos, los excluye de su proyecto político.

El mejor homenaje que se puede tributar a la memoria de Antoni Santiburcio es recordar su frase y hacer posible que no sea cierta en el futuro. Un señor de Jaén como él, ciudadano de Cataluña, debería poder aspirar a serlo todo en la política catalana. Muchos lo estamos deseando.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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