OPINIÓN

Fin de curso

La llegada del verano lleva consigo el final del curso, tanto para los estudiantes como para los políticos. Y si los primeros afrontan un largo periodo de inactividad que obliga a los padres a buscarse la vida para mantener ocupados a sus hijos -para evitar que se embrutezcan y pierdan parte de lo aprendido durante los nueve meses anteriores-, con los segundos sucede algo parecido: la mayoría de los políticos también tiene por delante un par de meses largos de relajo. La diferencia estriba en que mientras los estudiantes y sus familias afrontan este periodo con el estrés de las notas, que dete...

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La llegada del verano lleva consigo el final del curso, tanto para los estudiantes como para los políticos. Y si los primeros afrontan un largo periodo de inactividad que obliga a los padres a buscarse la vida para mantener ocupados a sus hijos -para evitar que se embrutezcan y pierdan parte de lo aprendido durante los nueve meses anteriores-, con los segundos sucede algo parecido: la mayoría de los políticos también tiene por delante un par de meses largos de relajo. La diferencia estriba en que mientras los estudiantes y sus familias afrontan este periodo con el estrés de las notas, que determinan el paso al siguiente curso o la necesidad de repetir, de las pruebas de la selectividad y del siempre difícil acceso a la Universidad, los políticos llegan a estas fechas sin demasiadas preocupaciones. Ellos sólo se someten a evaluación cada cuatro años, de manera que mientras tanto pueden estar relativamente tranquilos, porque, llegado el fin de curso, en este caso el segundo, puesto que la legislatura actual arrancó en 1999, no saben si han aprobado o, por el contrario, han sido suspendidos. Por eso, a algunos de ellos no les vendría nada mal que sus padres -que sí conocen bien su rendimiento- les premiaran enviándoles a un campamento o les castigaran mandándolos a un internado. En todo caso, todos ellos -tanto los que sustentan al Gobierno como los que viven en la oposición- deberían aprovechar las vacaciones para reconsiderar ciertos planteamientos demasiado habituales en el mundo de la política: desde el recurso a la demagogia hasta la utilización de determinadas armas poco elegantes desde el punto de vista ético, pasando por poco recomendables actitudes de sumisión ciega al padre. Por lo demás, para el resto de mortales la llegada del verano -calores aparte- no significa gran cosa, más allá de que supone el anuncio de las ya cercanas y ansiadas vacaciones, eso sí, por regla general -siempre hay privilegiados que no se someten a las normas que rigen para la mayoría- mucho más cortas que las que disfrutan los estudiantes y los políticos.

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