Columna

Las nieves del tiempo

Durante el pasado mes de abril, la Comisión de las Comunidades Europeas publicó, en algunos órganos de la prensa española, un anuncio según el cual estaban buscando especialistas en el ámbito de las relaciones exteriores y en la gestión de la ayuda a terceros países, mediante oposición al cargo de administrador. Para un conocimiento más completo de la naturaleza de las funciones que desempeñar y de los requisitos de admisión al concurso, dicho anuncio remitía al Diario Oficial de las Comunidades Europeas (c110A de 11.04.2001).

Las tareas que deberán realizar los admitidos en el á...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Durante el pasado mes de abril, la Comisión de las Comunidades Europeas publicó, en algunos órganos de la prensa española, un anuncio según el cual estaban buscando especialistas en el ámbito de las relaciones exteriores y en la gestión de la ayuda a terceros países, mediante oposición al cargo de administrador. Para un conocimiento más completo de la naturaleza de las funciones que desempeñar y de los requisitos de admisión al concurso, dicho anuncio remitía al Diario Oficial de las Comunidades Europeas (c110A de 11.04.2001).

Las tareas que deberán realizar los admitidos en el ámbito de las relaciones exteriores vienen descritas en el diario oficial de referencia del siguiente modo: representación de la Comisión; concepción, análisis y elaboración de las políticas de la Unión respecto a terceros países; gestión y ejecución de proyectos y programas de cooperación económica, financiera y técnica; aplicación de las políticas y estrategias de información de la Comisión respecto a terceros países. Para el ámbito específico de la ayuda a terceros países se repetían, debidamente adaptados, el segundo y tercer punto de la descripción anterior.

A la vista está que no se trata de funciones que deban desempeñar principiantes. Más bien parecen requerir una buena formación académica y una experiencia considerable. Sin embargo, entre los requisitos de admisión que el texto califica de particulares consta, en su punto primero, el límite de edad, y dice: 'Los candidatos deberán haber nacido después del 25 de mayo de 1955'. El día y el mes corresponden al plazo para la presentación de candidaturas. Pero la elección del año, ¿a qué criterio corresponde? Puestos a ser arbitrarios, ¿por qué se establece el límite de edad en los 45 años en lugar de preferir la edad de Cristo, o los cincuenta y algo, o cualquier otra edad, en fin, de las comprendidas en el periodo que va de la finalización de los estudios universitarios a la edad de la jubilación, que no se ha adelantado precisamente 20 años y sigue rondando los 65 en toda Europa?

Como es de suponer, el diario oficial no ofrece ninguna justificación de esta arbitraria decisión, dando por hecho que no admitir a concurso a mayores de 45 años es algo razonable que corresponde a una práctica muy al uso, y que ya nadie se sorprende ni subleva al ver que se deja al margen de estos procesos de selección a la gente en la plenitud de sus vidas. En efecto, tal actitud se integra en esta ideología difusa de lo políticamente correcto, es decir, de lo poco menos que ineluctable y, por tanto, fatalmente admisible.

Pero, por si no bastara considerar innecesario ofrecer alguna explicación plausible de las razones en que sostienen su criterio, las Comunidades Europeas introducen una auténtica perla en la propia introducción del texto de la convocatoria. Concretamente en su punto segundo, titulado Igualdad de oportunidades, se puede leer lo siguiente: 'La Comisión vela escrupulosamente por evitar cualquier forma de discriminación tanto en el proceso de contratación como en la atribución de plazas vacantes en sus servicios'.

La comparación entre esta declaración de principios y el requisito que establece la limitación de edad en los 45 años en un mismo texto de las instituciones europeas, con el poder y la carga simbólica que poseen, resulta terriblemente esclarecedora de las tendencias actuales, al poner en evidencia esta mezcla de inconsciencia y desfachatez que parece regir, cada vez en mayor medida, los destinos del mundo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Estamos ante un hecho a mi parecer muy grave, y así se lo he hecho saber al Defensor del Pueblo Europeo, pues la Comisión no sólo practica la discriminación por edad en sus contrataciones, cosa que, se sabe, viene siendo práctica corriente en muchísimas empresas, sino que además hace gala de ello por escrito en una convocatoria oficial. Este organismo, de democracia muy indirecta, parece reservar el concepto de discriminación para aquello que pueda afectar a los derechos de los discapacitados y de las mujeres, al menos en el texto de referencia y siempre, claro está, que no hayan rebasado este non plus ultra temporal de los 45 años de edad, tras el cual todos parecemos igualmente prescindibles para las cimas burocráticas europeas. Por lo visto, estas cimas son las más propensas a cubrirse de aquellas nieves del tiempo que, según el verso de Gardel y Le Pera, platean, irremisible y figuradamente, nuestras sienes. Si la vida es un soplo, como se recuerda en el bello tango Volver, no hace falta que vengan los jerarcas europeos a recortarlo por encima de toda legalidad y en flagrante oposición a los textos constitucionales de los Estados que forman una Europa de la que francamente no se esperaban tales signos de deshumanidad, sino más bien ejemplos constantes de cultura cívica.

Con el hecho que aquí se comenta -que, por cierto, no es excepcional-, flaco servicio prestan a la mejora del civismo los convocantes de concursos para plazas de trabajo en la Comisión practicando, como muchos otros, y haciendo público, como pocos todavía, una discriminación por edad que clama al cielo.

Aunque no aspiremos a una plaza en Estrasburgo, Bruselas o Luxemburgo, los que deseamos una Europa más humana y más sabia no podemos cruzarnos de brazos ante semejantes hechos. Lo inteligente sería que los mayores y los potencialmente mayores de 45 años tomáramos cartas en el asunto de cuantas variadas, estúpidas y crueles discriminaciones afecten a los seres humanos en la segunda mitad de sus vidas. Porque en este periodo no sólo sabemos que sabemos algo más que antes, sino además que, de todos modos, siempre sabremos muy poco. Esta escasez de verdadero conocimiento, que hace de la sabiduría el bien raro por antonomasia y lo convierte en un valor imprescindible, obliga a que toda sociedad que se precie permita a los portadores de tan ligero y sutil peso que puedan transmitirlo hasta el final de sus días en las más adecuadas condiciones.

Lluis Boada es economista.

Archivado En