Columna

Otra Palma de Oro de Liv Ullmann

Han traído otra vez, y ojalá que el gesto no cese, a un cine de Madrid una antigua película inmortal. Volver a ver por enésima vez Persona es de nuevo verla por primera vez. Es obra de un talento ilimitado y está siempre recién hecha. Siempre queda un rincón no explorado en esta asombrosa exploración de Ingmar Bergman detrás de los rostros de dos hermosas mujeres a las que conoció profundamente y amó. Bibi Anderson casi ha desaparecido del cine. Quizás esté refugiada, como el propio Bergman, en las sombras de algún teatro de Estocolmo. Pero Liv Ullmann no dejó atrás el tiempo del esplen...

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Han traído otra vez, y ojalá que el gesto no cese, a un cine de Madrid una antigua película inmortal. Volver a ver por enésima vez Persona es de nuevo verla por primera vez. Es obra de un talento ilimitado y está siempre recién hecha. Siempre queda un rincón no explorado en esta asombrosa exploración de Ingmar Bergman detrás de los rostros de dos hermosas mujeres a las que conoció profundamente y amó. Bibi Anderson casi ha desaparecido del cine. Quizás esté refugiada, como el propio Bergman, en las sombras de algún teatro de Estocolmo. Pero Liv Ullmann no dejó atrás el tiempo del esplendor y lo guarda en la transparencia de su mirada, que sigue sonriendo, y ahora, ya doblada la esquina sin vuelta, inicia el vuelo de su momento de plenitud, no delante de las cámaras sino detrás de ellas.

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La inteligencia se le escapa por los poros a esta gran mujer de cine, directora de las graves y vigorosas Confesiones privadas e Infiel. Hace poco, cuando culminó su tarea como presidenta del jurado del Festival de Cannes leyendo la lista de los títulos de la películas y los nombres de los cineastas premiados por ella misma y sus colegas, buscó el momento perfecto para dejar que los ojos se le escapasen fugazmente del protocolo, miró de frente, a un interlocutor invisible, e improvisó una sonrisa cómplice y un casi inoportuno susurro de elogio al estreno -no premiable porque era un viejo título ya premiado con la Palma de Oro de ese festival 22 años antes, en 1979- allí de la versión definitiva de Apocalypse now, una cumbre, o quién sabe si la cumbre, del cine contemporáneo. No dejó dudas la sagaz y elegante improvisación de la cineasta noruega. Dijo sin decirlo que son estupendas las películas y los cineastas que iba a distinguir, pero que Coppola y la plenitud de éste, su doblemente nuevo Apocalipsis, es otra cosa, otro celuloide procedente de otro universo imaginario situado más allá, mucho más allá, de aquel reparto de minucias.

Liv Ullmann dio así, a su delicada y burlona manera, una segunda Palma de Oro a Apocalypse now e interpretó una lección de sabiduría y de conocimiento de su oficio. Porque fuimos incontables los que agradecimos su gesto, por ser dibujado de un solo trazo exacto precisamente allí, en el mismísimo ombligo del cine de ahora mismo. Y porque es dolorosamente evidente que películas como ésta, de ambición artística y de audacia formal ilimitadas, que todavía era posible hacer hace tan sólo dos décadas, hoy se han convertido en modelos quiméricos, en sueños de cine imposible, expulsado de la industria por esos a quienes Coppola identificó con palabras despiadadas poco antes de que Liv Ullmann le concediese clandestinamente, con todos los respetos para Nanni Moretti y su emotiva La habitación del hijo, una segunda Palma de Oro. Dijo: 'No conozco ningún estudio de Hollywood al que le interese la idea de hacer verdaderos filmes. El dinero es lo único que les interesa. No pertenecen a la industria del cine, sino a la industria financiera. Ya no existen las majors, es ésta una palabra pasada. Ahora lo que hay son grupos dirigidos por gente de Wall Street, a los que no interesa en absoluto el cine. Intento ahora hacer una película de gran presupuesto, que llevo cinco años escribiendo. Es un proyecto de la envergadura de Apocalypse now, y tenemos que inventar todo para poder financiarlo. A los estudios no les interesa hacer películas como ésta o como La conversación. Lo único que quieren son segundas partes o películas que parezcan segundas partes'.

Hay dolor y amargura bajo el irrefutable silogismo que encubren estas graves y durísimas palabras acerca del destino vulnerado y pisoteado de su territorio íntimo, tanto artístico como profesional, dichas por un aristócrata del cine estadounidense que, como Orson Welles, otro monarca de su tierra y de su arte, tiene frente a sí como único horizonte el exilio, interior o exterior, para poder buscar el camino hacia otra Palma de Oro como la que le regaló el otro día Liv Ullmann, y con ella dar nueva vida a la leyenda agonizante de Hollywood.

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