La fiesta arruinada

Unos 50.000 aficionados vivieron el encuentro con pasión en el campo de Mestalla y la plaza de toros de Valencia

"El fútbol es el espectáculo que más gente mueve. Es como un circo romano en el que la gente va a chillar y a soltar adrenalina, una psicosis colectiva", dice el pintor valenciano Antonio de Felipe. Y eso, una psicosis colectiva, un estado de excitación que no consiguen otros espectáculos, es lo que se vivió ayer en Valencia. Para lo bueno y para lo malo. Ayer, desgraciadamente, fue para esto último, para un estado de decepción que se apoderó de todos los seguidores del Valencia tras el fallo de Pellegrino en el penalti decisivo. Entonces se vio a Cañizares llorar de tristeza, como también llo...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

"El fútbol es el espectáculo que más gente mueve. Es como un circo romano en el que la gente va a chillar y a soltar adrenalina, una psicosis colectiva", dice el pintor valenciano Antonio de Felipe. Y eso, una psicosis colectiva, un estado de excitación que no consiguen otros espectáculos, es lo que se vivió ayer en Valencia. Para lo bueno y para lo malo. Ayer, desgraciadamente, fue para esto último, para un estado de decepción que se apoderó de todos los seguidores del Valencia tras el fallo de Pellegrino en el penalti decisivo. Entonces se vio a Cañizares llorar de tristeza, como también lloró toda la ciudad. La desgracia se había repetido. Kahn, el portero del Bayern, arruinó la fiesta del valencianismo. Cientos de aficionados acabaron el encuentro entre lágrimas por la segunda derrota consecutiva en una final de la Liga de Campeones. "La afición no se merece tan mala suerte. Hemos desperdiciado una nueva ocasión, pero hay que ser fuertes", dijo el vicepresidente Jaime Ortí.

Más información

Y ya que el fútbol es emoción, qué mejores escenarios que Mestalla y la plaza de toros de Valencia para simbolizar ese sentimiento contagioso del fútbol. Faltaban pocos segundos para que el árbitro holandés Dick Jol pitara el inicio del partido y ambos escenarios registraban un lleno insólito. ¿Cómo transcurrió el día ese momento de máxima ansiedad?

Valencia amaneció lluviosa como si se hermanara con Milán. Nunca dos ciudades habían estado tan cerca y tan lejos a la vez. Desde primera hora de la tarde, cientos de aficionados acamparon en las afueras de Mestalla y la plaza de toros y la ciudad se disfrazó con los uniformes de fiesta: un grupo de albañiles trabajando con el escudo del Valencia pintado en la cara, un niño de tres años con el pelo tintado de naranja, seguidores con camisetas conmemorativas, los colegios inundados de chavales con la vestimenta del Valencia y vehículos haciendo sonar el claxon con bufandas y banderas al aire. Toda una ceremonia colectiva de preparación al clímax que paralizó a la ciudad y desembocó en una triste despedida.

Mestalla, con dos pantallas gigantes, se llenó tres horas antes del inicio del partido. Unos 40.000 aficionados abarrotaron el estadio pocos minutos después de abrirse las puertas. Tal fue la marea de seguidores que las fuerzas de seguridad cerraron los accesos de los fondos y de la tribuna para evitar que se desbordara la capacidad del estadio. Durante el partido, sin embargo, algunos aficionados arrancaron varios asientos y los lanzaron al césped cuando el árbitro pitó el primer penalti favorable al Bayern.

En la plaza de toros, invadida por 7.000 aficionados valencianistas, el ambiente se desbordó con el gol inicial de Mendieta. Fue un espejismo, unos instantes para soñar con la gloria.

Antes del encuentro, y al son del himno de la Liga de Campeones, la grada repasó los mejores momentos del Valencia en la Copa de Europa. Una trayectoria impecable hasta ayer. Pasaron por la retina los partidos ante el Manchester y el Arsenal, entre otros.

La afición, tal y como si estuviera en una corrida taurina, apuntó con el pulgar hacia arriba o hacia abajo a los protagonistas de la final que aparecían en la pantalla instalada por la Cadena SER en la plaza de toros. Pulgar hacia abajo, silbidos, para Kahn y Effenberg. Pulgar hacia arriba, aplausos y vítores, para Mendieta y Aimar.

El gol de Mendieta fue recibido con una gran traca junto a una boca de metro. Las calles de Valencia estaban prácticamente desiertas, sólo transitadas por algún despistado aislado del bullicio. La noche se alargó entre suspiros de desesperación y esperanza, entre la ilusión y el pesimismo.

Los aficionados más veteranos recordaban la final de la Recopa de 1980, en la que el Valencia se impuso en los penaltis al Arsenal por 5-4. Era un 14 de mayo y Carlos Santiago Pereira, el portero del Valencia, detuvo el penalti decisivo del joven Rix, convirtiéndose en el héroe de la final. Peor suerte acompañó ayer a Cañizares y al grupo de Cúper. Algunos aficionados no aguantaron la tensión y no vieron los penaltis. Con el fallo de Pellegrino cayó la ilusión del valencianismo, que había paralizado la ciudad y hecho de ayer el día más importante de su historia. No pudo ser.

Pantallas de Bélgica

No sólo en la ciudad se vivió el encuentro con locura. También en los pueblos, en los que se instalaron decenas de pantallas gigantes. Tal fue la demanda que tuvieron que pedirse pantallas -cuyos precios oscilan entre las 125.000 y las 800.000 pesetas- al resto de España e incluso a otros países europeos, como Bélgica. Torrent, a unos 10 kilómetros de Valencia, presumió de la pantalla más grande: 40 metros cuadrados en la plaza de la Libertad, en la que se congregaron unos 3.000 aficionados.

Un aficionado, anoche, en el campo de Mestalla tras la derrrota del Valencia.JORDI VICENT

Archivado En